Nace
y muere en Bogotá, 1865 a 1896, es el iniciador del modernismo en
Hispanoamérica que Rubén Darío elevaría a la cúspide.
Dotado
de notable inteligencia y sensibilidad humana y artística. Su ancestro refinado
descendiente de granadinos emparentados con el general Santander. Hijo de
Ricardo y Vicenta.
A
los dos años ya sabía leer, escribir y pintar. Su formación literaria fue
precoz. A las tertulias que su señor padre programaba asistían miembros del
grupo El Mosaico: José Manuel Marroquín, José María Vergara y Vergara, Salvador
Camacho Roldán, Ricardo Carrasquilla, entre otros. Y los políticos: José María
Samper, Rufino José Cuervo, Jorge Isaac, Angel Cuervo, Francisco Javier Zaldúa
y Teodoro Valenzuela.
En
1869 inicia sus estudios, no en el primer año sino en tercero, al lado de José Rivas Groot, Andrés de Santamaría y Juan
Evangelista Manrique que le aventajaban en edad. Fue Nicolás Esguerra,
institutor, quien lo bautizó con el mote “José Presunción”. El 2 de marzo de
1870 nació su hermana Elvira Inés, quien fue la más cercana confidente del
poeta.
José
Asunción era triste, tímido e introvertido, pero sus poemas son de nostalgia y
dulzura.
En
1871 ingresa al colegio San José regentado por Luis María Cuervo hermano de
Angel y Rufino José. Conoció a Alirio Díaz Guerra con quien hizo fuerte
amistad. Rafael Pombo, amigo de su
padre, le regalo “El Cuervo” de Edgar Allan Poe. Tanto con Rafael Pombo, como
con Jorge Isaac sostuvo una relación duradera y fecunda.
Tres
acontecimientos caracterizan su juventud: El primero rumoraba que tenía una
hija secreta; el segundo que era afeminado, lo llamaba el “casto José”; y el
tercero que sostenía amor incestuoso con su hermana Elvira.
Entre
1880 y 1884 escribe un grupo de poemas que los llamó Intimidades.
Viaja
a Paris en 1884. Se encuentra con los hermanos Cuervo y entablan tertulias
literarias. En 1885 conoció a Stephan Mallarmé. Visitó Inglaterra, Holanda,
Bélgica, Italia y Suiza.
A
su regreso a Bogotá participó en el grupo La Lira Nueva, presentado por José
Rivas Groot. Participó en una antología de su tiempo al lado de Candelario
Obeso, Fidel Cano, Ismael Enrique Arciniega y Julio Flórez; y con sus poemas
Las Crisálidas y Las Golondrinas participó en la publicación del Parnaso Colombiano,
dándose su verdadero lanzamiento literario.
En
casa de José Ñito Restrepo, conoció a Baldomero Sanín Cano con quien sostuvo
una larga, fecunda e íntima amistad intelectual.
Don
Miguel Antonio Caro, encargado de la presidencia de la República, nombró
secretario de la legación colombiana en Caracas a José Asunción Silva Gómez,
ratificado por el ministro de Relaciones Exteriores Marco Fidel Suarez, el 5 de
mayo de 1894. A finales de ese año el poeta solicitó licencia para regresar a
Bogotá y el Vapor Francés Amérique donde viajaba encalló en Bocas de Ceniza,
perdiendo allí todo su equipaje; y por consiguiente, gran parte de su obra
poética. Más sin embargo la vuelve a reconstruir incluyendo su novela De
Sobremesa.
En
la noche del 23 de mayo de 1896, tras una velada organizada por su madre, se
retira a su habitación y se suicida.
Su
obra poética es Pos - romántica influenciada por Bécquer y Allan Poe y es
precursor del modernismo.
Su
producción poética conservada, no abundante, ha venido a quedar agrupada en
tres núcleos muy distintivos:
- El libro de
versos, lo
más granado de esa producción - el mejor Silva - , que él mismo ordenó y
tituló;
- Gotas amargas, conjunto que
parece tenía destinado a mantener siempre inédito; y
- Versos varios, miscelánea del
resto de su obra.
UNA NOCHE
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
y ¡eran una sola sombra larga!
y ¡eran una sola sombra larga!
y ¡eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de
murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las
noches de negruras y de lágrimas!...
NOCTURNO
Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...