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sábado, 21 de agosto de 2010

LUIS VARGAS TEJADA


Luis Vargas Tejada, nació en Bogotá en el seno de una familia humilde el 27 de noviembre de 1802, y murió ahogado en la Orinoquía Colombiana en diciembre de 1829, huyendo de la ira del Libertador por haber participado en la conspiración de 1828. Escasos 27 años de vida, para tener una extraordinaria cultura. De mente precoz para el aprendizaje. Su madre dirigió su instrucción después de comenzar la revolución independista de 1810. Se apoyó en sus amigos para aprender lenguas clásicas y modernas y artes líricas, dramatúrgicas y literarias. Con José Fernández Madrid fue el iniciador del teatro nacional.
Al mismo tiempo de comenzar su vida literaria, inicia actividades políticas, fue secretario privado de Francisco de Paula Santander en 1823; en 1824 es designado secretario del Senado. En 1828 es elegido diputado para la Convención de Ocaña y para acompañar a Santander, como delegado de Colombia, ante el gobierno de Estados unidos.
Autor de obras de teatro: la comedia “Las convulsiones” representada en 1828, con éxito total; “Sugamuxi”; “Doraminta” entre otras. Además, fue fabulista, comediógrafo, dramaturgo y poeta. En poesía: Al anochecer (su obra cumbre), Recuerdos, El Buey de Carga, entre otras. Toda su obra poética y teatral, la publicó Don José Joaquín Ortiz en 1857. Deleitemos su poema cumbre:

AL ANOCHECER

Ya muere el claro día
tras la cumbre empinada de los cerros,
y en rústica armonía
saludan su esplendor que se despide
los sencillos pastores.
Los zagales y perros
conducen el ganado a la majada;
el tardo insecto que la tierra mide
de su morada oscura,
por gozar de la brisa
de la noche, a salir ya se apresura.
Ostenta su hermosura,
en medio al tachonado firmamento,
la cándida lumbrera
que desde su alto asiento
refleja suavemente
la luz que esparce la encendida esfera.
¡Ay, de cuán refulgente
brillo refleja ufana
su tersa faz galana!
¡Mírala, Clori! En su belleza mira
la imagen del hechizo lisonjero
que tu semblante inspira.
¡Qué lánguido suspira
el céfiro ligero
que los arbustos mueve,
mientras sus ramas baña
el fresco aljófar que la tierra embebe!
Allí la blanda caña
hacia la fuente su cabeza inclina,
y a la avecilla que en su mimbre posa
su propia imagen sin cesar engaña
retratada en el agua cristalina.
Cierra la tierna rosa
su cáliz perfumado,
y esconde ruborosa
el ámbar deseado;
¡ay, cuanto más se oculta es más hermosa!

Vamos a la colina
que baña suave la sidérea lumbre,
al pie de aquella encina
que erguida allá se empina,
coronando del cerro la alta cumbre,
o allá donde el torrente,
saliendo de la breña,
por el peñón tejado se despeña.
Allá nos sentaremos, Clori mía,
y disfrutando las tranquilas horas
que mece en su regazo la alegría,
nuestro tímido acento juntaremos
a las voces canoras
con que el bosque resuena;
allí repetiremos
la tierna cantinela
que afables entonaron los pastores,
cuando, concluida mi gravosa pena,
coronó la fortuna mis amores.

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