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jueves, 31 de mayo de 2018

MEDITACIONES PROFANAS


Dice Sergio Mejía Echeverri en su libro Meditaciones Profanas, escrito y terminado de imprimir en la Editorial Gamma de Medellín – Colombia, el 30 de octubre de 1984, que en toda biblioteca deberían estar estos cinco libros:

1.    La Biblia: Escrita por iluminados.
2.    El Quijote de la Mancha, escrita por Cervantes Saavedra
3.    La Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri.
4.    La Vida Es Sueño, escrita por Calderón de la Barca.
5.    La Hora Veinticinco, escrita por Constantin Virgil G.

Nos dice en ese libro:

1.   
La Biblia, como todos los grandes libros que sustentan las grandes religiones, es fundamental para todo hombre que, desde algún recodo de la vida, busque la fe: busque a Dios. Pero en ella está, además, toda la literatura de todos los tiempos y de todas las naciones. No citaré nombres, capítulos y versículos para no fatigar a nadie con vanas enumeraciones y para que los escépticos no me condenen a la hoguera de sus extrañas y contemporáneas inquisiciones, pero en la Biblia están todos los géneros, todos los estilos, todas las técnicas y, si se me apura mucho, diría que todas las escuelas, tendencias, y temas que se hayan desarrollado en los últimos dos mil años… Y un poco más. ¿No hay quién dice, por ejemplo, que en la Biblia están dados los elementos que en nuestro tiempo han originado la literatura de anticipación?

Visto con ojos y miradas imparciales y profundos, muy profundos, nada que hayan hecho los clásicos, los románticos, los modernistas y los que inventan cada quien su “ismo” para justificar un vicio o una virtud literarias, está ausente de la Biblia. El gran drama, la gran novela, la formidable historia, la más excelsa poesía, toda la filosofía que haya concebido la imaginación creadora de los escritores… está ahí. Directa o indirectamente. Cuando se conoce toda la Biblia puede afirmarse, con razón, que, realmente, en literatura nada hay nuevo bajo el sol.

Pero, además, como nos importa a los cristianos, a los católicos, la Biblia es la fuente nutricia del espíritu: cascada que golpea con agua cristalina nuestro destino de salvación. Y el punto de apoyo para esa sola sabiduría que importa: Dios.

2.   
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, escrito por el español Miguel de Cervantes Saavedra, es el otro extremo. La Biblia es, bien lo sabemos quiénes queremos saberlo, “palabra de Dios” y las contradictorias hazañas del “caballero de la mancha”, son “palabra de hombre”. Sin embargo, algunas similitudes guardan entre sí: también el feliz mamotreto de Cervantes encierra todos los modos de hacer literatura; guarda y enseña todos los géneros literarios, todos los estilos, todas las formas propias de las letras; también refleja las mil y mil vetas del acontecer humano, en lo individual y en lo colectivo, en lo material y en lo espiritual, en lo ético y en lo estético; y también, como corresponde a un autor que cuida la fe, es un libro profundamente religioso en medio de su variada argumentación aparentemente frívola y profana.

3.   
La Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri, es el primer reflejo, diverso y extenso que el surrealismo dictó. ¡Cuán sorprendente la pluma hecha pincel de aquel gigante de la palabra y de la imagen, que con la primera hizo toda una sinfonía sonora, con la segunda un inmenso retablo de vida y muerte a la par y, con ambas, la más honda aventura significativa creada por el talento literario de autor alguno!


… Es un gigantesco catecismo ultra cósmico en donde saltan, en medio de realismos y simbolismos, las grandes verdades de esa religión que Dante sentía, sabía suya y digna de los hombres que aman la verdad: con mayúscula. A veces sus rasgos parecen cuadros de “El Bosco”, desgarrados y trémulos; a veces la milagrosa paleta de Miguel Ángel repartiendo sus colores con maestría trepidante; o la iracundia de mil religiones hablando mil lenguajes diferentes. Pero sólo es el rayo de la fe cristiana traspasando la mente en caos de una humanidad frenética. En el centro de ese rayo está aquella verdad…

4.   
La vida es Sueño, escrita por Calderón de la Barca, por su parte, se me aparece como un espejismo, a la edad de diez años… Treinta años más tarde, sobre los escenarios, haciendo el Segismundo, corroboré que aquella intuición había sido acertada, sin necesidad de que tantos textos de historia y de crítica lo repitieran. Quien lea este libro con seriedad, con devoción, con holgura de ánimo, tendrá que advertir que ella es un maravilloso abismo sin fondo del cual, cuantas veces se intente, pueden salir nuevas emociones, nuevas sensaciones, nuevas concepciones. Segismundo es el compendio del hombre: ayer, hoy y siempre. Bruto, sagaz, inteligente, malvado, santo, ambicioso, generoso, tierno, violento, capaz de todo placer y de toda alegría, de todo sacrificio y de toda largueza. Y el marco en el cual se mueve, el reflejo de un mundo, dispersamente, cabe para todos los hombres.

La Hora Veinticinco, escrita por Constantin Virgil Gheorghiu, poema épico en prosa, del hombre de
hoy… Es un documento paradójicamente frío y emotivo de lo que es el hombre y la sociedad… desde que el mundo, el 7 de mayo de 1945, cuando terminó la segunda guerra mundial, gritó una paz que nunca ha existido. Es un testamento de pasión y fe, de violencia y esperanza, - ¡quién podría creer tanta paradoja! – de derrota y victoria, a la par.

La Hora Veinticinco es encontrarse con todos los yerros de la política contemporánea; de la impotencia que afecta al progreso sin sentido ni razón; de la indolencia que empuja al hombre contra el hombre. Sobre todo, si se entiende que sus páginas no son una aventura de ficción sino la historia de unos años que, de otra manera, se repiten constantemente hasta nuestros días en muchas partes del mundo, bajo diversas banderas diversas ideologías, diversos credos: pero siempre igual.

Amigo lector, todo lo que leemos nos lleva, a enmarcar ejemplos de lo que fuimos, somos y seremos. Instrumentos de uso de algunos, para beneficio de pocos. Enmárquese en donde usted considere, o simplemente, tome un ejemplo, y trate de aplicar universalidad.  

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