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viernes, 17 de julio de 2015

JOSE ZORRILLA MORAL

Para hablar de José Zorrilla Moral, hay que comprender lo que fue el movimiento “El Romanticismo”, corriente ideológica y artística de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Se manifiesta en el arte; por consiguiente a la literatura en todas sus expresiones, ópticas y acústicas; ejemplo, en la primera: arquitectura, escultura, pintura, etc. En la segunda, la música, la literatura propiamente dicha, la poesía, etc. Se funda en la libertad absoluta de la creación valorando los elementos instintivos y sentimentales, por encima de la razón. Valora los sentimientos apasionados del hombre. Se constituye en un movimiento de libertad.

Hijo de su homónimo, José Zorrilla Caballero, Conservador, seguidor de Carlos V de España;  y Nicomedes Moral, mujer de estirpe piadosa, pero bastante tímida.

Nació en Torquemada, Valladolid en mil ochocientos diez y siete (1817) y murió en Madrid en mil ochocientos noventa y tres (1893) a la edad de setenta y seis (76) años; le tocó el nacimiento del Romanticismo y su mayor auge.  A los nueve (9) años, luego de que se familia pasara por Burgos y Sevilla, se establecieron en Madrid, en donde su progenitor fue superintendente de policía y él ingresaba al seminario de Nobles, regentado por Jesuitas. Empezando a mostrar sus visos en representaciones teatrales. Por los avatares del destino llegó a la Real Universidad de Toledo a la égida de un pariente canónigo. No era este su rumbo, gustaba más de literatura: Walter Scott, Chateaubriand, Victor Hugo, Alejandro Dumas, Esponceda, entre otros; y se ideó la forma de volver a Madrid e incursionar al mundo artístico y bohémico. A la muerte de Mariano José de Larra, escritor romántico, en el entierro leyó una de sus composiciones, y fue revelado como poeta. Versos de consagración como tal, así llegó a El Español, periódico fundado por Larra.

En 1839 se esposó con Florentina O’Reilly, irlandesa, viuda, y con un hijo. De edad superior a él en diez y seis (16) años. Unión difícil e imposible de llevar, lo que causo su huida al extranjero, Francia y México, en este último país estuvo al servicio del emperador Maximiliano.

En 1865, luego de la muerte de su señora esposa, de nuevo contrae nupcias con Juana Pacheco, quien le apoyó hasta sus últimos años de vida.

La Real Academia Española lo eligió su miembro en 1848 e ingresó sólo en 1885. A su regreso del exterior, en 1866 fue recibido con entusiasmo, abriendo la puerta para que en 1889 le coronaran en Granada como príncipe de los poetas nacionales.

Fue poeta, lírico, narrativo, teatrero, dramaturgo, historiador y patriota, romántico conservador por antonomasia, contrario a José de Esponceda. Un día expresó: “He aprendido desde muy joven, una cosa muy difícil de poner en práctica: El arte de hablar mucho sin decir nada, que es en lo que consiste generalmente la poesía lírica”.

Sus obras:
En dramaturgia: Don Juan Tenorio, El Zapatero y El Rey, El Puñal del Godo, Traidor Inconfeso y Mártir.
En teatro: Se rompe la mezcla entre prosa verso y lenguaje exaltado; en lo histórico: Las tradiciones y el folklore; en leyendas medioevales: El Romancero, El teatro del siglo de oro, en búsqueda de lo verdaderamente español. Otros temas: Los milagros, la intervención divina, la ortodoxia religiosa, etc. En poesía narrativa: Margarita La Tornera, A buen juez mejor testigo, el Cristo de la vega, etc.

Cuando se habla de belleza literaria, casi por lo regular, se coloca como ejemplo, unas cuartetas de su poema EL CREPÚSCULO DE LA TARDE, es tan bello ese poema, que cántico primaveral lo trae a colación en su totalidad, para que el lector opine.

EL CREPÚSCULO DE LA TARDE

Sentado en una peña de este monte
Tapizado de enebros y maleza,
Estoy viendo en el cárdeno horizonte
Reverberar el sol en su grandeza.

Y allá esconde su luz tras la colina,
Y se cree que su sombra nos oculta
Otra región luciente y cristalina
Do airado el sol su púrpura sepulta.

Arde la cima; el horizonte extenso
Trémulo brilla con purpúrea lumbre;
Un mar de grana le circunda inmenso,
Y un piélago de sol flota en la cumbre.

El sol se va; su rastro luminoso
Ha quedado un instante en su camino:
¿Quién seguirá en su curso misterioso
La infinita inquietud de su destino?

El sol se va; la sombra se amontona;
Las nubes en opacos escuadrones
Avanzan al ocaso, y se abandona
La atmósfera a sus rápidas visiones.

Si es que despiden a la luz del día,
Si atropellan la luz porque se acabo,
Si son cifras de paz o de agonía,
Desde el Sumo Hacedor nadie lo sabe.

El sol se va; las nieblas se levantan;
Los fuegos del crepúsculo se alejan;
Murmura el árbol y las aves cantan;
Y ¿quién sabe si aplauden o se quejan?

Gime la fuente, y silban los reptiles
Que guarda entre sus algas la laguna,
Y las estrellas por Oriente a miles
Trepan en pos de la inocente luna.

El sol se va; ya en ilusión tranquila,
De aérea nube entre el celaje gayo
Que tras su lumbre con afán se apila,
Desmayado pintó su último rayo.

Adiós, fúlgido sol, gloria del día!
Duerme en tu rico pabellón de grana;
Ora nos dejas en la noche umbría,
Pero radiante volverás mañana.

Húndete en paz, ¡oh sol! que yo te espero;
Yo sé que volverás de esas regiones
Do allende el mar, como a inmortal viajero,
Te esperan otro mar y otras naciones.

Y te esperan allá porque allá saben
Que al hundirte en la playa más lejana
Les dejas en tinieblas porque alaben
La nueva luz que les darás mañana.

Yo sé que volverás, ¡luz de los cielos!
Y ese volcán con que tu ocaso llenas
Del alba al desgarrar los tenues velos,
Cinta será de blancas azucenas,

Ve en paz, y allá te encuentres bulliciosa
Otra feliz desconocida gente,
Que ora tal vez pacífica reposa
A la luz de la luna transparente.

Ve en paz, ¡oh rojo sol! si allí te esperan:
Que allí, tras otros mares y otros montes,
Derramados tus rayos reverberan
En otros infinitos horizontes.

Tú alumbras las recónditas riberas
Donde una gente indócil y atezada
Alza en medio de bosques de palmeras
Las tiendas en que duerme descuidada.

Tú alumbras las medrosas soledades
Donde no crecen árboles ni flores,
Donde ruedan las roncas tempestades
Sobre un vasto arenal sin moradores.

Tú alumbras en sus márgenes cercanas
Un pueblo altivo que a tu luz vasallo
Te muestra sus bellísimas sultanas
En el secreto harán de su serrallo.

Tú ves el blanco y voluptuoso seno
De la europea en su niñez cautiva,
El rojo labio de suspiros lleno,
La frente avergonzada, pero altiva.

Tú ves la indiana de ébano orgullosa
Con su tostada y vívida hermosura,
Que entre dos labios de encendida rosa
Asoma de marfil su dentadura.

Tú alumbras esas danzas y festines
En que negras y blancas confundidas
Unas de otras se ven en los jardines
Cual sombra de sus cuerpos desprendidas.

Tú alumbras los recuerdos portentosos
De Atenas, de Palmira y Babilonia,
Y a par te esperan, de tu lumbre ansiosos,
Monstruos de Egipto y cisnes de Meonia.

Te esperan las cenizas de Corinto,
Las playas olvidadas de Cartago,
Y del chino el recóndito recinto,
Y el salvaje arenal del indio vago.


Te esperan de Salen los rotos muros,
Del muerto mar los ponzoñosos riscos,
Que de los pueblos de Gomorra impuros
Son a la par sepulcros y obeliscos.

Tú sabes dónde están las calvas peñas
En donde los primeros cenobitas,
De Cristo tremolaron las enseñas,
Alcázares tornando sus ermitas.

Tú sabes el origen de las fuentes,
Los mares que no surcan raudas velas,
En qué arenas se arrastran las serpientes,
Y en qué desierto vagan las gacelas.

Tú sabes dónde airado se desata
El ronco y polvoroso torbellino,
Dónde muge la excelsa catarata,
Por dónde el hondo mar se abre camino

Mas ya en tu ocaso tocas y te alejas;
Ante ese inmenso pabellón de grana,
Cuán ciego sin tu luz ¡oh sol! me dejas....
Más vete en paz, que volverás mañana.

¡Mañana! ¡Y en tanto crecen
Esos fantasmas de niebla
Con que el ambiente se puebla
En fantástico tropel!

Y se agolpan esas nubes
Que acaso al sol atropellan,
Se confunden y se estrellan,
Despeñándose tras él.

¡Mañana! Y de aquesta sombra
Entre el denso opaco velo,
No veo. El azul del cielo,
Valles, ni montes, ni mar.

¡Mañana! Y ora encerrado
En esta atmósfera oscura,
Sé que existe la hermosura,
Sin poderla contemplar.

¡Mañana! Y en esta noche
Tan tenebrosa en que quedo,
Me acongojan y dan miedo
La noche y la soledad;
Doquier que vuelvo los ojos,
Doquier que tienda una mano,
Miro y toco el ser liviano
De la negra oscuridad.

Ciento que a mi lado vagan
Fantasmas que no conozco;
Veo luces que se apagan
Al intentarlas seguir;

Percibo voces medrosas
Que entre la niebla se pierden,
Sin saber lo que recuerden
Ni lo que intenten decir.

Siento herirme la mejilla
Un soplo vago y errante,
Como un suspiro distante
De alguien que pasa por mí.

Tiemblo entonces, temo y dudo;
Mis años y mis momentos
Me tienen mis pensamientos
En estrecha cuenta allí.

¿Qué negro sueño es aquéste,
Qué delirio el que padezco?
Esta sombra que aborrezco,
¿Cuándo pasa? ¿Adónde va?

La siento sobre mi frente
Que en masa gigante rueda,
Y siempre sobre mí queda,
Siempre ante mi vista está.

En la sombra, me dijeron,
Se delira y se descansa,
El pesar duerme y se amansa,
La aflicción toca en placer:

En la sombra estamos solos,
No nos oyen ni nos miran,
Todos los ecos conspiran
Nuestro mal a adormecer.

Mas yo aquí conmigo mismo,
Oigo y veo, toco y siento
A mi propio pensamiento
Y a mi propio corazón:


No estoy solo, no descanso,
Me oyen, me ven, no deliro.....
Y estos fantasmas que miro,
¿Qué me quieren? ¿Quiénes son?

Oigo el agua que murmura,
Siento el aura que se mueve,
Miro y toco, y sombra leve
Hallo sólo en derredor;

Busco afanoso, y no encuentro;
Pregunto, y no me responden:
¡Ay! ¿Dó están, y dó se esconden
Los consuelos del dolor?

No sé; que el cielo encapotan
Esas nubes cenicientas
Que se arrastran turbulentas
Por la atmósfera sutil;

No sé....; mas siento que todos
Los recuerdos de mi vida,
En tropa descolorida
Me asaltan de mil en mil.

No sé; porque ¡no es reposo
Este nocturno tormento
Que el escuadrón macilento
De mis recuerdos me da!

¡Tantas imágenes bellas
Que giran en mi memoria!
¡Tantas creencias de gloria
Que son ilusiones ya!

Flores marchitas del tiempo,
De olor exquisito y sumo,
Que pasaron como el humo,
Que no volverán jamás.....

Sol, tú has hundido tu frente
Tras la espalda de ese monte;
Mañana en el horizonte
Otra vez te elevarás.

Sol, ¡mañana más radiante,
En los brazos de la aurora
Tornará tu encantadora
Soberana esplendidez!

Sol, tú ruedas por los cielos;
Mas por el cielo que pueblas,
Yo tropiezas con las nieblas
De esta vaga lobreguez.

Sol, tú vuelves más sereno
De tu viaje cotidiano;
Sol, tú no esperas en vano
Que volverás desde allí.

Sí, tú volverás mañana;
Mas al, tocar en tu Oriente,
¿Sabes tú, sol refulgente,
Si mañana estaré aquí?

Mas vota en paz, ¡oh sol! baja tranquilo
Por ese rastro de esplendente grana:
Yo en esta roca buscará un asilo
Hasta que vuelvas otra vez mañana.

Me han dicho que en la noche silenciosa
Los espíritus vagan en el viento,
Que flotan en la niebla misteriosa
Sílfides blancas de aromado aliento,

Que las aéreas sombras bien hadadas
De los que eran aquí nuestros amigos,
Vienen sobre las brisas desatadas,
Del nocturno reposo a ser testigos.

Me han dicho que en los bosques apartados,
En las márgenes frescas de los ríos,
Por el agua y las hojas arrullados,
En torno de los árboles sombríos,
Danzan alegres, de su paz gozando,
Y a los que en vida, con afán querían,
Desde la turba de su alegre bando
Ilusiones dulcísimas envían.

Y dicen que esos son los halagüeños
Fantasmas que en la noche nos embriagan,
Esos los blancos y amorosos sueños
Que en nuestra mente adormecida vagan.

Tal vez será verdad; vendrán acaso
Nuestra vida a endulzar esas visiones,
Y de una estrella al resplandor escaso,
Entonarán sus mágicas canciones.

Sí; tal vez a sus madres amorosas
Colmarán de purísimos cariños
Las transparentes sombras vaporosas
De los risueños inocentes niños.

Tal vez venga el esposo enamorado
Al triste lecho de la esposa viuda
A darla en paz el beso regalado
Que en su labio agostó la muerte ruda.

Tal vez sean en voz esos suspiros
Con que la oscura soledad resuena,
Y en aliento esa brisa a cuyos giros
Mansa murmura la floresta amena

Tal vez será verdad; pero a mí ¡triste!
Que no me vela amante y cuidadosa
Esa sombra que a alguno en paz asiste,
Amigo, hermano, idolatrada esposa;

A mí, que no me cercan esos vagos
Benéficos fantasmas de la noche,
Que en las ondas se mecen de los lagos,
o de la flor en el cerrado broche;

A mí ¡triste de mí! no me acompañan
Esas sombras de amor, blancas y bellas,
Porque mi adusta soledad extrañan,
Porque yo velo mientras vagan ellas.

Yo no tengo una madre ni un amigo
Que deje los alcázares del cielo,
Y en nocturna visión venga conmigo
A prestarme en mi afán calma o consuelo

Yo, a quien los suyos ofendidos lloran,
A quien no deben más que su amargura,
Recelo de los mismos que ¡no adoran,
Temo el misterio de la sombra oscura.

No hallo en ella ni sílfides, ni magas,
Que en esas solitarias ilusiones
Sólo siento en redor torvas y vagas
Las memorias de hiel de mis pasiones.

No quiero sombra. ¡Oh noche, te aborrezco!
Odio la luz de tu tranquila luna,
Ante tus bellas sombras me estremezco,
Porque no tienes para mí ninguna.

Yo espero al sol; baja refulgente,
Revestido de pompa soberana;
Yo espero al sol, que por el, rojo Oriente
Vuelve a nacer espléndido mañana.

Yo amo la luz, y el cielo, y los colores,
Detesto las tinieblas, amo el día;
Todas en él las auras son olores,
Todos en él los ruidos armonía.

Entonces reverbera el manso río,
Abren su cáliz rosas y azucenas,
Y las lágrimas puras del rocío
Bordan sus hojas, de perfume llenas.

Yo espero al sol; entonces se levanta
La tierra a saludarle perezosa,
Y el ruiseñor entre los olmos canta,
Y llena blando son la selva umbrosa.

Yo espero al sol, porque su luz gigante
Me deslumbra y embriaga y enloquece,
Y al seguirla en su curso rutilante,
Mi pesar en el pecho se adormece.
Sol..., ¡inmortal y espléndido viajero!
Yo como tú me perderé sin tino,
Iré, desconocido pasajero,
Sin término vagando y sin camino.

Ya bramen los revueltos temporales,
Ya murmuren las brisas perfumadas,
Ya cruce por desiertos arenales,
Ya me pierda en florestas encantadas;

En los mullidos lechos de un serrallo,
En la triste mansión de una mazmorra,
Altivo triunfador, servil vasallo,
Negra fortuna o liberal me acorra,

Te buscaré a través de las cadenas,
Bajo los ostentosos pabellones,
Del río por las márgenes amenas
Y a través de los rotos murallones.

Yo buscaré tu lumbre soberana
Del mar tras los cristales movedizos,
Y soñando a los pies de una sultana,
En la espiral de sus flotantes rizos.

Y tal vez de un proscrito los cantares
Desde unas costas lúgubres y solas,
Lleguen, cruzando los inmensos mares,
A sus queridas playas españolas.

¡Feliz entonces si al fin pasados
Mis locos, criminales extravíos,
De mis fúnebres cánticos tocados,
Les merezco una lágrima a los míos!

Conjuraré a los céfiros ligeros
De aquellas selvas a la mar vecinas,
Y a los rápidos bandos pasajeros
De las sueltas y pardas golondrinas.

Que ingrato a cuanto amé, solo y perdido,
Un verdugo alimento en mi memoria;
Y para hundirla entera en el olvido,
Loco deliro un porvenir de gloria.

Gloria o sepulcro ¡oh, sol! busco anhelante;
Gloria o tumba tendrá mi audacia insana.
Si buscas mi destino, ¡oh sol radiante!
Yo estaré aquí; levántate mañana.









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