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sábado, 15 de junio de 2013

LUIS MARIA MORA – MORATIN -

Nace en Bogotá el 23 de marzo de 1869 y fallece el 15 de octubre de 1936 en Fontibón. Poeta, doctor en Filosofía y Letras del Colegio Mayor del Rosario, académico de la lengua, humanista. Conocedor  de Griego, latín y lenguas modernas, que sustentaron sus creencias claramente neoclásicas. Miembro conspicuo de la Academia Colombiana y diplomático. Perteneció a La Gruta Simbólica, defendió la tradición romántica en las letras castellanas y el por qué el seguimiento de la tradición greco romana en su escritura. Fue contradictor de Baldomero Sanín Cano por su escuela simbolista; y por supuesto de José Asunción Silva. Consideraba que debía respetarse la estructura del verso castellano.

Como catedrático, escribió obras didácticas, históricas y literarias, por ejemplo: Croniquillas de mi ciudad, Los Maestros de principio de siglo. Fundó la revista Colombiana.

El Presidente de la República Miguel Abadía Méndez lo nombra Cónsul en los Ángeles en Estados Unidos  en 1927 y aprovecha para estudiar literatura en la Universidad de California en donde se gradúa de nuevo.

Su única obra poética fue arpa de cinco cuerdas, publicada en Roma en 1929, en donde se presenta su colección de poesías de estilo clásico romántico.

A un ánfora antigua 

¿En qué arcilla preciosa
modelaron tu nítido contorno
que seduce a la mente y a la vista?
¿En Hélade, en Etruria se alzó el horno
do trabajaba tu paciente artista?

¿Fue en los tiempos floridos
¡Oh vaso inmemorial! en que la aurora
con su dórico peplo, regia auriga
del sol hermana, a la primera hora
lanzaba desde oriente su cuadriga?

Entonces las mujeres
en recatado asilo, a su hermosura
ellas mismas el velo entretejían;
honraba el joven la palestra dura
y el arado los héroes conducían.

En ese tiempo al hombre
la riente y vivaz naturaleza
decía dulces y profundas cosas,
doquier erguía altares la belleza
y hablaban las doncellas con las diosas. 
 

¡Oh ánfora vetusta!
¡Cuántas veces al verte me figuro
que en la edad en que amor hinche las venas,
desnudo el seno, bajo el brazo puro
te llevaban las vírgenes de Atenas!

Y después do el follaje
rumoroso y radiante de verdura
que a trechos cubre el cauce del Iliso,
a tu lado narraban con ternura
las fábulas de Adonis o Narciso.

Y si temblaba el bosque
que misterios y mitos atesora,
súbito, con el ánimo perplejo,
creían que tras Diana cazadora
pasaba de las ninfas el cortejo.

Y copiaba ese río
de las hijas del Ática, al instante,
el flotar de las túnicas ligeras,
la insólita mudanza del semblante
y la curva feliz de las caderas.

Quizás ¡oh noble vaso!
En tiempo del verdor de las campiñas
te cubrieron de encina, hiedra y flores,
y en tu contorno, al padre de las viñas
las bacantes cantaron sus loores.

En tu fondo escondías
el exquisito zumo con que al hombre
dotaron de las uvas los racimos,
el que oculta los crímenes sin nombre,
la locura, los celos y los mimos.

Los trinos de la flauta
vibraban en honor del dios barbudo.
Que dispensa los bienes y los males,
danzando el coro, en apretado nudo,
al son de tamboriles y cimbales.

¿Por qué feliz suceso,
así de no previsto como grande,
tú, en quien el arte sin igual perdura,
sobre esta cumbre altísima del Ande
a refugiar viniste tu hermosura? 
 

En estas tristes cimas
jamás el arte prodigó sus dones;
no hay mármoles ni dioses tutelares,
y apenas Pan oír hace sus sones,
en los antros de bosques seculares.

¡Oh ánfora armoniosa!
En ti ya no se acendra el viejo vino;
en ti el agua lustral nunca se agita;
Lejos de tu aire y tu país divino
has de vivir como ánfora proscrita.

 




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