(Historia poética real en Colombia.
Gracias a Arquímedes, quien me la contó)
Mi padre
campesino arador de la tierra
sustentaba el
mantenimiento de la vivienda.
Era ágil,
trabajador, de gran amor familiar.
Cinco hijos y
una esposa soportante del hogar.
Yo era el
menor, escasamente cinco años;
mientras que
mis otros hermanos
ya asistían a
la escuela de la vereda,
para aprender a
leer a escribir
dejar el
analfabetismo en el diario vivir.
Yo recuerdo:
Fue una tarde sabatina,
cuando papá
ahíto del calor del día,
a media tarde,
¡raro!, regresó al cobijo.
Consumió
suculento chocolate con nosotros.
Se sentía
feliz, hablando de mamá y de todos.
Estábamos en
risotada francachela
cuando irrumpió
en la escena tres
encapuchados. A
los hijos a una pieza
fuimos llevados
y mamá y papá a la cocina
vi por orificio
de la puerta, como les asesinan
el más alto de
los tres sin mediar palabra.
Hay, hay ¡que
dolor! Transmití a todos
mis hermanos.
Nos tiramos a fuera y ya
los bandidos
iban rumbo a su escondite
Y la violencia
deja otra familia huérfana y triste.
Se avisó a las
autoridades municipales,
las cuales
levantaron su cadáver
y al siguiente
día, domingo, le sepultamos.
Yo seguí
creciendo sin olvidar aquel suceso
y decía para
mí, seré de la familia, el sabueso.
Fui a estudiar.
Entre mis primeros años
Y hasta
terminar la secundaria, escuchaba
rumores de
aquella historia, quién había
sido. De la
pedanía, por aquellos años,
se habían
desaparecido tres honorables ciudadanos.
Dediqué días y
horas enteras a indagar,
para dónde se
habían ido; y escuché un relato:
Que habían
ingresado a un grupo paramilitar
y que el objeto
de su graduación era asesinar
a quienes se
les ordenara: Esta fue a mis papas.
Mi padre no tenía
deudas con nadie,
no era
político, no defendía ninguna religión,
no tenía
amigos, no consumía licor, no
era jugador. Su
vida era toda para el hogar.
Amaba su
peculio, y en éste, todo era laborar.
Simplemente, la
ruleta de la vida cayó
En ellos. Fueron
los chivos expiatorios de graduación
de miserables
sin de nadie compasión.
¡Será, el sino,
que nos tocó vivir en esta vida!
O será, la
eficiencia en la orden cumplida.
Me preguntaba
todos los días con sus noches
¿Cómo llegar a
ellos? Tenía que ser de igual
manera.
Entonces, me di a la tarea también de
ingresar; y lo
hice. Recibí un atrevido entrenamiento
y llegó la hora
de mi graduación. De armamento
fui dotado. Se
dio la orden de que yo
asesinara. Me
negué, dije que no era capaz.
Pasaron los
días y todo seguía en calma.
Un sábado los
jefes me regalaron un perro,
Para cuidarlo
por un mes como su testaferro.
Luego de este
tiempo me ordenaron matarlo.
¿Cómo que debo
matar a mi fiel amigo?
Era la orden de
graduación, y así lo hice.
Este acto me alejó
de la temeridad para matar.
Fue el inicio
de carrera de mi eficiente asesinar.
Para ser muy
bueno entre los malos,
hay que ser muy
malo. Yo soy eficiente;
por lo tanto,
soy el más malo de los malos.
Fue así como me
abrí paso para escalar
las esferas de
ascenso para comandar.
No de otra
manera, descubriría mi anhelada presa.
Comenzamos dos,
entre todos, una vil competencia
de
congratularnos con el número de asesinatos.
En mis cuentas,
creo estar cercano a los tres mil;
y así alcancé,
al asesino de mis padres, aquel cerril[1].
Les atrapé a él
y los otros dos en la joya
de la corona.
Yo era el chacho, yo mandaba.
Debía
regodearme por mi deseada venganza.
Medité
profundamente en aquella tarde sabatina.
colmé las venas
de mi cuerpo con adrenalina
y me dispuse a
cumplir la orden, mi propia orden,
la amada orden
tranquilizadora de mi venganza.
Les llamé
entonces a mi servicio y salí con ellos.
Estando fuera
del campamento, les apresé
y de la tarde
sabatina, aquel asesinato les recordé.
Fue un dialogo
de sorpresas, ellos estupefactos,
no creían que
en aquel sitio estuviera un hijo
de los finados.
Yo sorprendido, cuando el dirigente
me comentó, tus
padres, albergaban, atrás de su casa
una cuadrilla
guerrillera. Aquí no hay tabla rasa.
Estaba ebrio de
emociones consentidas,
sentía por mis
venas pasar adrenalina.
Estaba ahíto
como mi papá aquel día; pero yo
no escuché. Iba
por mi conquista, por mi irupé[2].
Y con sevicia
en mi venganza, les mutilé.
Todo quedó
normal, los desaparecí.
Yo era en ese
combo matón, el rey.
Mis jefes, a
los cuales yo les debería
mi valor,
fueron extraditados por el gobierno
de entonces, y
yo dejé de ser subalterno.
Hoy soy un
empresario exitoso, hoy
doy empleo, hoy
sirvo a la humanidad,
hoy no me
arrepiento de mi prontuario.
En cuitas
nocturnas mi pensamiento despejo
y por eso
experiencias y novedades vencejo[3].
Elkin de Jesús Uribe Carvajal
Derecho
de autor: 10-722-312 de 07/06/2018
2 y 3 de
febrero de 2012