Sus
padres, condes de Gómara, José de León y Manjón y María Justa Arias de Saavedra
y Pérez de Vargas.
En
las fiestas académicas y en las veladas de las juventudes se escuchaba al
declamador de turno:
Mira
como se me pone
La
piel cuando te recuerdo…
Por la garganta me
sube
Un río de sangre
fresco
De la herida que
atraviesa
De parte a parte mi
cuerpo.
Tengo clavos en las
manos
Y cuchillos en los
dedos
… Y en mi sien una
corona
Hecha de alfileres
negros.
…………………….
Todos
aprendíamos el poema, pero nunca se recordaba el nombre del poeta, Rafael de
León, ni tampoco se daba crédito a éste.
En
1916, ingresó a estudiar en el colegio jesuita San Luis Gonzaga del Puerto de
Santa María en Cádiz, donde también lo hacía Rafael Alberti; y pasó, Juan Ramón
Jiménez.
En
1926, inicia derecho en la universidad de Granada, donde conoce a Federico
García Lorca estableciendo buena amistad e incluso, contaminación de estilo.
No
fue hostil con la caída de la monarquía en 1931, a pesar de su noble abolengo.
No
se le conoce trabajo alguno relacionado con sus estudios, pues sus rentas
paternas fueron lo suficientemente caudalosas para permitirse una vida de cafés
y teatros en Sevilla, la cual le permitió conocer a Antonio García Padilla
llamado “Kola”, padre de la actriz y
cantante Carmen Sevilla. También conoció a Conchita Piquer, que actuaba en el
teatro Lope de Vega, quien tomó del poeta, letras, para cantarlas con su voz.
En
1932 forma el trío Quintero, León y Quiroga (Manuel Quiroga – músico sevillano
- , Rafael de León – poeta - y Antonio
Quintero – autor teatral). Al estallar la guerra civil española, Rafael de León
encontrándose en Barcelona, es encarcelado acusado de monárquico y derechista.
En la cárcel hace valer su condición neutral y simpatizante de la causa
republicana y manifiesta tener amistad con los poetas republicanos: Federico
García Lorca, Antonio Machado y León Felipe.
Hace
parte de los creadores del Folclor Español en donde se loaba con arte y
exageración todo lo español. Colaboró con los guiones cinematográficos
chabacanos de excesivo españolismo que congraciaba a la España oficial. Esto lo
fue llevando al ostracismo en compañía con su trío y se fue borrando lentamente
su obra de canciones y poesías. Por eso es que, se declaman sus poemas, pero se
ignora su autor.
Muere
el 9 de diciembre de 1982 en el rotundo olvido.
1941
se publica el libro: “Pena y alegría del amor”; 1943 el segundo libro: “Jardín
de papel”; en ese mismo año aparece en Chile un tercer libro “amor de cuando en
cuando”; en compañía de Antonio Quintero miles de letras de canciones, entre
las que están: Profecía; Romance de la serrana loca. Con Antonio García
Padilla, Kola, las letras: coplas; cinelandia; cine sonoro; Arturo; la deseada;
etc. Colaboraron también con el poeta en sus letras: El argentino Salvador
Valverde; Xandro Valerio – poeta -.
En
su carrera de letrista escribió también para los cantantes: Rhafael, Nino
Bravo, Rocío Durcal, Isabel Pantoja. Ganó el primer premio en la tercera
edición (1961) con la canción titulada “enamorada” en el festival de la canción
de Benidorm; también a la mejor letra “Quisiera”.
La
música de sus letras fueron compuestas por: Manuel Quiroga; Juan Solano;
Augusto Algueró; y Manuel Alejandro.
PENA
Y ALEGRÍA DEL AMOR
Mira
cómo se me pone
la
piel, cuando te recuerdo...
Por
la garganta me sube
un
río de sangre fresco
de
la herida que atraviesa
de
parte a parte mi cuerpo.
Tengo
clavos en las manos
y
cuchillos en los dedos
y
en mi sien una corona
hecha
de alfileres negros.
Mira
cómo se me pone
la
piel cada vez que me acuerdo
que
soy un hombre casao
y
sin embargo, te quiero.
Entre
tu casa y mi casa
hay
un muro de silencio,
de
ortigas y de chumberas,
de
cal, de arena, de viento,
de
madreselvas oscuras
y
de vidrios en acecho.
Un
muro para que nunca
lo
pueda saltar el pueblo,
que
está rondando la llave
que
guarda nuestro secreto.
¡Y
yo sé bien que me quieres!
¡Y
tú sabes que te quiero!
¡Y
lo sabemos los dos
y
nadie puede saberlo!
¡Ay
pena, penita, pena
de
nuestro amor en silencio!
¡Ay,
qué alegría, alegría
quererte
como te quiero!
Cuando
por la noche a solas
me
quedo con tu recuerdo,
derribaría
la pared
que
separa nuestro sueño,
rompería
con mis manos
de
tu cancela los hierros,
con
tal de verme a tu vera,
tormento
de mis tormentos,
y
te estaría besando
hasta
quitarte el aliento,
y
luego, qué se me daba
quedarme
en tus brazos muerto.
¡Ay,
qué alegría y qué pena
quererte
como te quiero!
Nuestro
amor es agonía,
luto,
angustia, llanto, miedo,
muerte,
pena, sangre, vida,
luna,
rosa, sol y viento.
Es
morirse a cada paso
y
seguir viviendo luego,
con
una espada de punta
siempre
prendida del pecho.
Salgo
de mi casa al campo
solo
con tu pensamiento,
por
acariciar a solas
la
tela de aquel pañuelo
que
se te cayó un domingo
cuando
venías al pueblo
y
que no te he dicho nunca,
mi
vida, que yo lo tengo.
Y
lo estrujo entre mis manos
lo
mismo que un limón nuevo,
y
miro tus iniciales
y
las repito en silencio
para
que ni el campo sepa
lo
que yo te estoy queriendo.
Ayer,
en la Plaza Nueva,
-
vida, no vuelvas a hacerlo-
te
vi besar a mi niño,
a
mi niño, el más pequeño,
y
cómo lo besarías,
¡ay,
Virgen de los Remedios!
que
fue la primera vez
que
a mí me distes un beso.
Llegué
corriendo a mi casa,
alcé
a mi niño del suelo
y
sin que nadie me viera,
como
un ladrón en acecho,
en
su cara de amapola
mordió
mi boca tu beso.
¡Ay,
qué alegría y qué pena
quererte
como te quiero!
Mira,
pase lo que pase,
aunque
se hunda el firmamento,
aunque
tu nombre y el mío
lo
pisoteen por el suelo,
aunque
la tierra se abra
y
aun cuando lo sepa el pueblo
y
ponga nuestra bandera
de
amor, a los cuatro vientos,
sígueme
queriendo así
tormento
de mis tormentos.
¡Ay,
qué alegría y qué pena
quererte
como te quiero
SONETO
Bebiéndome
la dulce primavera
me
sorprendió la tarde junto al río
y
pude contemplar a mi albedrío
el
idilio del agua y la palmera.
Me
zambullí desnudo en la pecera
buscando
un corazón igual que el mío,
y
no encontré ni un faro ni un navío
que
me hiciera señales de bandera.
La
noche iba saltando por la orilla
y
puso en mi cabeza despeinada
el
filo verde-azul de su cuchilla.
Mas
cuando ya se ahogaba mi fortuna,
quiso
el viento mandarle a mi jugada
el
blanco salvavidas de la luna.
Asi como los poetas se olvidan por esas contingencias generacionales y las tendencias esteticas predominantes, renacen de las cenizas, cuando existe poemas como los de este escritor, de un profundo calado popular. Su muerte solitaria confirma el ovido en que se encuentran muchos de los escritores de las generaciónes anteriores al 60 del siglo pasado. En todo caso, ahí están sus versos, que se cantan pero nadie habla de su creador, paradoja inevitable que a la vez confirma como los versos adquieren vida propia. CESAR BUSTAMANTE
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