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sábado, 22 de octubre de 2011

MANUEL ACUÑA NARRO


Estudiante de medicina y poeta Mexicano, nace en 1849 y fallece en 1873 a la edad de 24 años. Hijo de Francisco Acuña y Refugio Narro. Estudió en el colegio Josefino de Saltillo y en 1865 se traslada a México al colegio San Ildefonso a estudiar matemáticas, latín, francés y filosofía. En enero de 1868
inicia estudios en la escuela de Medicina y se radica en el cuarto número 13. Compartió en este sitio con los escritores jóvenes de la época: Juan de Dios Peza, Manuel M. Flores, Augusto F. Cuenca, Gerardo M. Silva, Javier Santamaría, Juan B. Garza, Miguel Portilla, Vicente morales, entre otros.
Inicia su carrera literaria en 1868 escribiendo una elegía a la muerte de su compañero Eduardo Alzúa. Funda en compañía con Agustín F. Cuenca y Gerardo Silva y otros intelectuales, la sociedad literaria “Netzahualcóyotl”, dando a conocer sus primeros versos. Todos los trabajos presentados allí fueron publicados en la revista “El Anáhuac” en 1869 y en un folletín del periódico “La Iberia”. En 1971 se estrenó “El Pasado”, drama de su inspiración.
Rosario de la Peña fue la mujer que estuvo más cerca de él, y la historia deja entrever sin afirmarlo porque el poeta tampoco dejó rastro de esto, el peso sobre su estado de ánimo que terminó con su muerte trágica al consumir cianuro potásico. Rosario despertaba por igual loca pasión de Acuña, el deseo de Flores, la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí. Con su poesía, estos cuatro hombres ensalzaban a Rosario.
Obra poética de Manuel Acuña Narro:
Ante un cadáver, una limosna, adiós a México, Misterio, Nada sobre nada, un sueño, amor, pobre flor, Nocturno a Rosario, hojas secas, a la patria, a un arroyo, lágrimas, un sueño, los beodos, historia del pensamiento, el ruiseñor Mexicano, yo sé por qué es, a rosario, la felicidad, entre otros poemas.

NOCTURNO A ROSARIO

I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
más si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tú que yo haga
con este corazón?

VI
Y luego que ya estaba
concluido tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar...

VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.

IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!

1 comentario:

  1. Mejor, tomar las palabras de Juan Dios de Dios Peza, sobre este poeta:
    Los versos de Acuña han recorrido todos los dominios de la lengua castellana y en todas partes los admiran y los repiten, pues entre ellos hay muchos que bastan para revelar su genio. Acuña fue victima del hastío, de la nostalgia moral, de esa enfermedad sin nombre que marchita las flores del alma cuando apenas están en capullo. En sus últimos días vivía de una manera extraña: sus vigilias eran constantes; leía y escribía hasta el amanecer; gustaba de tomar un café espeso, al que llamaba Manuel Flores «el néctar negro de los sueños blancos» y aparentaba una jovialidad que servía de antifaz a su secreta tristeza. Su trágica muerte es el resultado de un extravío cerebral: nadie aparece como causa de ella y son consejas triviales las que corren en boca del vulgo. En el Saltillo han honrado su memoria construyendo un precioso teatro que lleva su nombre y que tiene el patio en forma de lira. En México, debido al constante empeño de algunos de sus amigos especialmente de Luis A. Escandón y de Agapito Silva, se le construyó un monumento qne en esta fecha está concluído ya en el cementerio de Dolores, a donde han sido con orden de la Autoridad trasladados sus restos. Dicen que al exhumar los restos en la mañana del veintinueve de Noviembre, encontraron intacta la ropa, cubriendo los huesos; tenía todo el cabello que cayó del cráneo al primer impulso del aire, y el Dr. Abel F. González le encontró en la bolsa del chaleco una peseta del año de 1830. Acuña «si tan prematuramente no se roba a su propia gloria» como me dice hablando de él el inspirado Núñez de Arce, sería hoy una de las más altas personalidades literarias de México. Las composiciones que dejó escritas revelan todo lo que pudo llegar a ser: el destino apagó la llama de su vida, pero no logrará extinguir su imperecedera memoria.

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