¡Aquella tarde!...
Cuando el sol hacía su apuesta
y las nubes realizaban su fiesta,
porque el sol les hería, y haciéndose prismas
las energías ensimismas...
Me enamoré de aquellos colores.
¡Bellos arreboles!...
Rojo, naranja y anaranjado requemado
que en vez de tejerse de oro y plata,
se urde de escarlata...
¡Ah!... ¡Qué tarde tan amena!
llenó mi ser como las abejas la colmena:
Miel y sólo miel... melífera tarde
de pasión
que animó toda ocasión
para convertirla en idolatría,
pues mi vigor amaba aquella osadía.
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