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sábado, 22 de febrero de 2014

ALBERTO ANGEL MONTOYA

Colombiano, nacido en Bogotá el 29 de marzo de 1902 recibido por el médico Juan Evangelista  Manrique, quien ocho años antes habían examinado y recetado al cuerpo de José Asunción Silva; y muere en la misma ciudad el 20 de noviembre de 1970. De familia adinerada que lo llevó a lujos, vicios y práctica del Polo por jugarse montado a caballo, semoviente el cual amaba, pero asesinó para de su piel forrar el sillón en donde reposaría una vez perdiera su vista. Se le llamó el POETA GALÁN, pero su poesía reflejaba la amargura de la soledad, acentuada con su ceguera. Fue romántico expresado en sonetos magistrales. También se le denominó MAESTRO DEL SONETO GALANTE. Reunió en un volumen titulado “Lección de Poesía” los libros “La Vigilia del Vino” y “El Alba Inútil” el cual dejó de regalo a sus hijos, recordándoles, con cierta ironía, “la importancia del don del habla y la escritura correctas”. También hizo narrativa, destacándose la obra: “El Hombre Que Se Adelantó A Sus Fantasmas Y Otras Prosas”. 

Miembro del grupo de “los nuevos”; abordó en su obra la muerte y el mundo de las vanidades. Su vida se divide en dos partes: La primera, en donde se entregó con voraz desenfreno al conocimiento de los seres y de las cosas a través de sus sentidos; la primera fue presagio de la segunda, marcada trágicamente por la ceguera, en la cual basó todos los conocimientos de la primera, para evitar extinguir el fuego de los recuerdos y crear poesía, hasta el día de su muerte. 

Su obra: 1932, El alba inútil; 1935, Oración, El ángel de la Guarda, y, En blanco mayor; 1938, La vigilia del vino; 1949, Romance de la casa que asustaba por fuera y límite; 1956, Hay un ciprés al fondo; entre otras. 

Elvira Rengifo Moreno, morena de ojos profundos, tez trigueña y cuerpo esbelto, siendo candidata a reina por el Valle del Cauca, le inspiró el siguiente soneto al poeta:

Doña Elvira Rengifo: tú llegas de la leve

página de un idilio que nunca morirá.
Si al virginal mandato tu juventud se mueve,
la sombra de María por donde pasas va.
 

Sobre tu frente cándida, qué bien está la nieve
y en tu mirar sereno, la luz qué bien está.
Bajo un clamor unánime, para tu planta breve,
como un tapiz magnífico se tiende Bogotá.
 

Doña Elvira Rengifo, la del Valle risueño,
parece que llegaras aquí como de un sueño;
eres flor en el rostro y en el cuerpo, bambú.
 

Si en el Valle del Cauca se agostaron un día
los lirios impolutos cuando murió María,
las rosas florecieron cuando naciste tú.
 

En el teatro el público aplaudió de pie y doña Elvira fue elegida la primera reina nacional de la belleza. 
Ángel Montoya fue un señor poeta, un sutil recreador de atmósferas íntimas y un pintor en verso de estampas memorables. Jorge Padilla, autor de algunas de las mejores páginas publicadas sobre él, señala que es diferente a todos los poetas colombianos: “Es sólo Ángel Montoya. Lo que le falta en variedad le sobra en maestría. La elegancia de su estilo no ha sido superada”. Se aprecia en el siguiente soneto lo que Jorge Padilla expresa:
Cuántas veces, amor, por retenerte
puse a tus pies mi juventud rendida.
Y cuántas, a pesar de estar herida,
te la volví a entregar, por no perderte.
 

Cuántas veces también, altivo y fuerte,
por alcanzar la gracia prometida,
me batí frente a frente con la vida
o me hallé cara a cara con la muerte.
 

Y hoy, cuando mi ilusión vuelve a tu lado
trayéndole al misterio de tu hechizo
la pluma azul del pájaro encantado,
 

torna otra vez a mi pupila el lloro
al mirar desde el puente levadizo
que está cerrado tu castillo de oro.

 Otros sonetos que deleitan el espíritu:
                          

ESCENA INVERNAL  


Bajo la marquesina del pórtico elegante,
y frente a los carruajes que esperan la salida,
surges ante la lluvia monótona y constante,
de pieles silenciosas y cálidas ceñida.
 

Tu mano, flor de invierno, velada por el guante,
a un galán pulcro y fatuo dice la despedida,
y junto al blasonado vehículo, un instante
tiembla toda la euritmia de tu carne transida.
 

Viejo ujier ostentoso de mímicas serviles
abre la portezuela y aspira los sutiles
efluvios de tus pieles, curvado hasta los pies.
 

Y cuando entre la bruma se aleja tu berlina,
en el húmedo ambiente, bajo la marquesina,
queda como un aroma flotando tu altivez.
 

PAVO REAL 


Exhibiendo sus galas de heráldica opulencia,
pragmático en la gloria de la tarde estival,
el pavo presuntuoso llevó su decadencia
hasta la perfumada blancura del rosal.
 

Discurrió por el parque de rica florescencia,
el parque de los pinos, vetusto y señorial,
donde la fuente ejerce la lírica paciencia
de rimar siempre un mismo y eterno madrigal.

Y allí, bajo el silencio del gran pinar sombrío,
des enarcó el plumaje con un gesto de hastío
¡oh sus plumas de oro bajo el cielo de ayer!
 

Se contempló en las ondas de la fuente pagana,
y al mirarlo perderse tras la fronda cercana,
comenzaron las rosas también a envejecer.

 

 

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