Fustigo mi dolor profundamente
apartándole del seno de mi ser.
Cuántas veces me ha hecho padecer,
aún con la fe dentro de mi mente.
¡Oh momento tutelar que
requiero!
para sanar el yo en
meditación.
Y al tenerle a él en
comprensión,
vences el turbión del mal
con esmero.
Ya la angustia no será remolona
y huyendo buscará otro sitio,
encontrando quizás allí propicio,
un lugar apto a la
encerrona
que en mi mente no puede
enclocar
porque le expulso con el
flagelar.
5 de febrero de 1992
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