Erase una vez
un mozo bonachón,
venido a menos tal vez,
por abandonar la sumisión
dada aprentemente
a entender
en actuar manso, sumiso,
obediente y fiel.
Tránsfuga en su estadía;
recorriendo sitios,
sin rosa de los vientos que lo guíe;
viene y va; va y viene,
merodeando al acecho
para atrapar alguna presa
que mitigue su apetito
de dar en la cabeza.
La suerte le acompaña
y ¡Uf!, sin querer, la encuentra.
halla una covacha
no de dañinos animales
sino de dóciles y bien enrazados
bueyes recentales
oreando los verdes pastizales
que un día hartarán.
Se incia la epopeya...
La caza del buey mayor.
Lo acecha fuera de la madriguera
y lo recoge con sin igual desvelo.
Ofrece dádivas desmesuradas,
pintándole frondosas praderas
en donde la manada
hará su agosto en las primaveras.
Surte efecto el despropósito.
Y como al roedor,
queso en la trampa está.
El buey se lame por entero
para engullirse semejante queso,
y sin consultar ¡Upa! pa'dentro va
y el acto de epopeya
ha terminado ya.
Se asocian.
Qué dádiva tan frondosa
colocó en la puerta de la covacha,
que sin decir "mu"
los bueyes recentales
creyeron en la oferta
y siguieron al buey macho
en semejante odisea.
Aquel mozo bonachón
no era tal.
Sino que era un gañán
que estaba a la búsqueda
de yuntas para arar
una extensión erial
que daría riqueza a él
y no a los demás.
El buey mayor descubrió,
que él era la media yunta
que al gañan le faltaba
para aparear la faena.
Como el rústico bribón
sin argumentos quedó
para enganchar al buey mayor
lanza en ristre lo lanzó.
Moraleja:
Dócil y sumiso en la búsqueda.
Solucionado,
negligencia, apatía, desgano y abandono.
20 de agosto de 2005
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