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sábado, 25 de julio de 2015

RICARDO MIRO DENNIS

Hablar de Ricardo Miro, es hacerlo de  la república de Panamá; porque Ricardo, con gran calidad, expone lo que siente por su Nación, en su magna poesía “Patria”, publicada en 1909.
Ricardo nace, siendo en esa ocasión Estados Unidos de Colombia, en Panamá, el 5 de noviembre de 1883 y fallece, en el mismo país, el 2 de marzo de 1940, cuando estaba en toda su adultez y maduración a los 57 años.

Me he preguntado muchas veces, ¿Por qué conocemos tanto la literatura de otros países y no los de Panamá?, ¿qué pasa con la divulgación de los escritores Panameños o con el arte de este país? La divulgación nacional e internacional les corresponde a las autoridades nacionales, en apoyo con los centros culturales y literarios de la nación. A veces también me cuestiono, ¿dónde está la universidad?, le corresponde a los centros de estudios, para el caso la universidad, coadyuvar a hacerlo.

Cuando de paso para Colombia y Argentina, Rubén Darío, el poeta Nicaragüense, en 1907, Ricardo le conoce. Cántico Primaveral tiene la presunción, de que la influencia que el primero hace al segundo del modernismo, es ninguna (al menos directamente), seguramente Ricardo ya había incursionado en el Modernismo y en el neo romanticismo; porque, en 1909 Ricardo ya estaba editando la primera parte de su cosecha poética, y en ese mismo año, escribió Patria, poema que es un canto nacional, donde muestra su modernismo. Patria, es un poema de cuartetas con ritma entrecruzada asonante (Una rima asonante es aquella que se produce entre palabras de diferentes versos en las que coinciden las vocales acentuadas de cada sílaba a partir de la última vocal tónica. Es decir: hay una coincidencia parcial y se repiten únicamente las vocales).

Ricardo estudió en Bogotá en el Colegio Mayor y regresó a Panamá, cuando estalló la guerra de los mil días en 1899. Durante 10 años trabajó en El Heraldo del Istmo, revista en donde se publicaron sus primeros versos.

En 1908 y en 1911 desempeñó el cargo de Cónsul en Barcelona España. Su poema Patria es una composición realizada fuera de su país, porque en este resalta la nostalgia sentida por estar lejos de su tierra. Entre 1919 y 1927 fue director de la oficina de Archivos Nacionales. Entre 1926 y 1940 fue secretario de la Academia Panameña de la Lengua.

Su obra es amplia, aunque vivió solamente 57 años:


1905: La Última Gaviota
1908: Preludios
1909: Patria
1916: Segundos Preludios
1918: A Portobello
1919: La Leyenda del Pacífico
1922: Flor de María
1925: Versos Patrióticos y Recitaciones Escolares
1929: Caminos Silenciosos; Poema de la Reencarnación
Solamente en 1956, el escritor Mario Augusto Rodríguez, recopiló sus cuentos, que habían sido conocidos en publicaciones de periódicos y revistas locales.

Fue poeta y escritor, diplomático y empleado público. Es considerado como el poeta nacional de Panamá, el cual lo comparte con Rogelio Sinán; modernista y neo romántico. Dos años después de su muerte, se instauro el CONCURSO NACIONAL DE LITERATURA “RICARDO MIRO”, para escritores panameños, residentes en o fuera del país y que compitan con obras inéditas; aunque el concurso desapareció en 1945; con los buenos oficios de Moisés Castillo, por decreto ley fue restablecido en 1946. En la actualidad lo realiza el Instituto Nacional de Cultura de Panamá (Inac).

Patria 

¡Oh Patria tan pequeña, tendida sobre un istmo 
donde es el mar más verde y es más vibrante el sol, 
en mí resuena toda tu música, lo mismo 
que el mar en la pequeña celda del caracol!

Revuelvo la mirada y a veces siento espanto 
cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar... 
¡Quizá nunca supiera que te quería tanto 
si el Hado no dispone que atravesara el mar...!

La Patria es el recuerdo... Pedazos de la vida 
envueltos en jirones de amor o de dolor, 
la palma rumorosa, la música sabida, 
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.

La Patria son los viejos senderos retorcidos
que el pie, desde la infancia, sin tregua recorrió, 
en donde son los árboles antiguos conocidos 
que al paso nos conversan de un tiempo que pasó.

En vez de estas soberbias torres con áurea flecha 
en donde un sol cansado se viene a desmayar, 
dejadme el viejo tronco donde escribí una fecha, 
donde he robado un beso, donde aprendí a soñar.

¡Oh, mis vetustas torres queridas y lejanas; 
yo siento las nostalgias de vuestro repicar! 
He visto muchas torres, oí muchas campanas, 
pero ninguna supo, ¡torres mías lejanas!, 
cantar como vosotras, cantar y sollozar.

La Patria es el recuerdo... Pedazos de la vida 
envueltos en jirones de amor o de dolor; 
la palma rumorosa, la música sabida, 
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.

¡Oh Patria tan pequeña que cabes toda entera 
debajo de la sombra de nuestro pabellón: 
quizás fuiste tan chica para que yo pudiera 
llevarte toda entera dentro del corazón!


SONETO DEL ATARDECER

Desde que vi tu diáfano pañuelo
mandándome un adiós tengo una pena
tan callada, tan mía, tan serena,
que ya más que una pena es un consuelo.

Miro al azul, y me entristece el cielo;
miro hacia el mar, y el mismo mar me apena,
y hasta la luna, para mi tan buena,
hoy agrava mi sordo desconsuelo;

porque viendo el azul quiero ser ave;
porque viendo hacia el mar quiero ser nave
e ir hacia ti, movido por las brisas;

porque miro a la luna y se que ahora
pone en tu blanca frente soñadora
la más pura de todas sus sonrisas.






viernes, 17 de julio de 2015

JOSE ZORRILLA MORAL

Para hablar de José Zorrilla Moral, hay que comprender lo que fue el movimiento “El Romanticismo”, corriente ideológica y artística de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Se manifiesta en el arte; por consiguiente a la literatura en todas sus expresiones, ópticas y acústicas; ejemplo, en la primera: arquitectura, escultura, pintura, etc. En la segunda, la música, la literatura propiamente dicha, la poesía, etc. Se funda en la libertad absoluta de la creación valorando los elementos instintivos y sentimentales, por encima de la razón. Valora los sentimientos apasionados del hombre. Se constituye en un movimiento de libertad.

Hijo de su homónimo, José Zorrilla Caballero, Conservador, seguidor de Carlos V de España;  y Nicomedes Moral, mujer de estirpe piadosa, pero bastante tímida.

Nació en Torquemada, Valladolid en mil ochocientos diez y siete (1817) y murió en Madrid en mil ochocientos noventa y tres (1893) a la edad de setenta y seis (76) años; le tocó el nacimiento del Romanticismo y su mayor auge.  A los nueve (9) años, luego de que se familia pasara por Burgos y Sevilla, se establecieron en Madrid, en donde su progenitor fue superintendente de policía y él ingresaba al seminario de Nobles, regentado por Jesuitas. Empezando a mostrar sus visos en representaciones teatrales. Por los avatares del destino llegó a la Real Universidad de Toledo a la égida de un pariente canónigo. No era este su rumbo, gustaba más de literatura: Walter Scott, Chateaubriand, Victor Hugo, Alejandro Dumas, Esponceda, entre otros; y se ideó la forma de volver a Madrid e incursionar al mundo artístico y bohémico. A la muerte de Mariano José de Larra, escritor romántico, en el entierro leyó una de sus composiciones, y fue revelado como poeta. Versos de consagración como tal, así llegó a El Español, periódico fundado por Larra.

En 1839 se esposó con Florentina O’Reilly, irlandesa, viuda, y con un hijo. De edad superior a él en diez y seis (16) años. Unión difícil e imposible de llevar, lo que causo su huida al extranjero, Francia y México, en este último país estuvo al servicio del emperador Maximiliano.

En 1865, luego de la muerte de su señora esposa, de nuevo contrae nupcias con Juana Pacheco, quien le apoyó hasta sus últimos años de vida.

La Real Academia Española lo eligió su miembro en 1848 e ingresó sólo en 1885. A su regreso del exterior, en 1866 fue recibido con entusiasmo, abriendo la puerta para que en 1889 le coronaran en Granada como príncipe de los poetas nacionales.

Fue poeta, lírico, narrativo, teatrero, dramaturgo, historiador y patriota, romántico conservador por antonomasia, contrario a José de Esponceda. Un día expresó: “He aprendido desde muy joven, una cosa muy difícil de poner en práctica: El arte de hablar mucho sin decir nada, que es en lo que consiste generalmente la poesía lírica”.

Sus obras:
En dramaturgia: Don Juan Tenorio, El Zapatero y El Rey, El Puñal del Godo, Traidor Inconfeso y Mártir.
En teatro: Se rompe la mezcla entre prosa verso y lenguaje exaltado; en lo histórico: Las tradiciones y el folklore; en leyendas medioevales: El Romancero, El teatro del siglo de oro, en búsqueda de lo verdaderamente español. Otros temas: Los milagros, la intervención divina, la ortodoxia religiosa, etc. En poesía narrativa: Margarita La Tornera, A buen juez mejor testigo, el Cristo de la vega, etc.

Cuando se habla de belleza literaria, casi por lo regular, se coloca como ejemplo, unas cuartetas de su poema EL CREPÚSCULO DE LA TARDE, es tan bello ese poema, que cántico primaveral lo trae a colación en su totalidad, para que el lector opine.

EL CREPÚSCULO DE LA TARDE

Sentado en una peña de este monte
Tapizado de enebros y maleza,
Estoy viendo en el cárdeno horizonte
Reverberar el sol en su grandeza.

Y allá esconde su luz tras la colina,
Y se cree que su sombra nos oculta
Otra región luciente y cristalina
Do airado el sol su púrpura sepulta.

Arde la cima; el horizonte extenso
Trémulo brilla con purpúrea lumbre;
Un mar de grana le circunda inmenso,
Y un piélago de sol flota en la cumbre.

El sol se va; su rastro luminoso
Ha quedado un instante en su camino:
¿Quién seguirá en su curso misterioso
La infinita inquietud de su destino?

El sol se va; la sombra se amontona;
Las nubes en opacos escuadrones
Avanzan al ocaso, y se abandona
La atmósfera a sus rápidas visiones.

Si es que despiden a la luz del día,
Si atropellan la luz porque se acabo,
Si son cifras de paz o de agonía,
Desde el Sumo Hacedor nadie lo sabe.

El sol se va; las nieblas se levantan;
Los fuegos del crepúsculo se alejan;
Murmura el árbol y las aves cantan;
Y ¿quién sabe si aplauden o se quejan?

Gime la fuente, y silban los reptiles
Que guarda entre sus algas la laguna,
Y las estrellas por Oriente a miles
Trepan en pos de la inocente luna.

El sol se va; ya en ilusión tranquila,
De aérea nube entre el celaje gayo
Que tras su lumbre con afán se apila,
Desmayado pintó su último rayo.

Adiós, fúlgido sol, gloria del día!
Duerme en tu rico pabellón de grana;
Ora nos dejas en la noche umbría,
Pero radiante volverás mañana.

Húndete en paz, ¡oh sol! que yo te espero;
Yo sé que volverás de esas regiones
Do allende el mar, como a inmortal viajero,
Te esperan otro mar y otras naciones.

Y te esperan allá porque allá saben
Que al hundirte en la playa más lejana
Les dejas en tinieblas porque alaben
La nueva luz que les darás mañana.

Yo sé que volverás, ¡luz de los cielos!
Y ese volcán con que tu ocaso llenas
Del alba al desgarrar los tenues velos,
Cinta será de blancas azucenas,

Ve en paz, y allá te encuentres bulliciosa
Otra feliz desconocida gente,
Que ora tal vez pacífica reposa
A la luz de la luna transparente.

Ve en paz, ¡oh rojo sol! si allí te esperan:
Que allí, tras otros mares y otros montes,
Derramados tus rayos reverberan
En otros infinitos horizontes.

Tú alumbras las recónditas riberas
Donde una gente indócil y atezada
Alza en medio de bosques de palmeras
Las tiendas en que duerme descuidada.

Tú alumbras las medrosas soledades
Donde no crecen árboles ni flores,
Donde ruedan las roncas tempestades
Sobre un vasto arenal sin moradores.

Tú alumbras en sus márgenes cercanas
Un pueblo altivo que a tu luz vasallo
Te muestra sus bellísimas sultanas
En el secreto harán de su serrallo.

Tú ves el blanco y voluptuoso seno
De la europea en su niñez cautiva,
El rojo labio de suspiros lleno,
La frente avergonzada, pero altiva.

Tú ves la indiana de ébano orgullosa
Con su tostada y vívida hermosura,
Que entre dos labios de encendida rosa
Asoma de marfil su dentadura.

Tú alumbras esas danzas y festines
En que negras y blancas confundidas
Unas de otras se ven en los jardines
Cual sombra de sus cuerpos desprendidas.

Tú alumbras los recuerdos portentosos
De Atenas, de Palmira y Babilonia,
Y a par te esperan, de tu lumbre ansiosos,
Monstruos de Egipto y cisnes de Meonia.

Te esperan las cenizas de Corinto,
Las playas olvidadas de Cartago,
Y del chino el recóndito recinto,
Y el salvaje arenal del indio vago.


Te esperan de Salen los rotos muros,
Del muerto mar los ponzoñosos riscos,
Que de los pueblos de Gomorra impuros
Son a la par sepulcros y obeliscos.

Tú sabes dónde están las calvas peñas
En donde los primeros cenobitas,
De Cristo tremolaron las enseñas,
Alcázares tornando sus ermitas.

Tú sabes el origen de las fuentes,
Los mares que no surcan raudas velas,
En qué arenas se arrastran las serpientes,
Y en qué desierto vagan las gacelas.

Tú sabes dónde airado se desata
El ronco y polvoroso torbellino,
Dónde muge la excelsa catarata,
Por dónde el hondo mar se abre camino

Mas ya en tu ocaso tocas y te alejas;
Ante ese inmenso pabellón de grana,
Cuán ciego sin tu luz ¡oh sol! me dejas....
Más vete en paz, que volverás mañana.

¡Mañana! ¡Y en tanto crecen
Esos fantasmas de niebla
Con que el ambiente se puebla
En fantástico tropel!

Y se agolpan esas nubes
Que acaso al sol atropellan,
Se confunden y se estrellan,
Despeñándose tras él.

¡Mañana! Y de aquesta sombra
Entre el denso opaco velo,
No veo. El azul del cielo,
Valles, ni montes, ni mar.

¡Mañana! Y ora encerrado
En esta atmósfera oscura,
Sé que existe la hermosura,
Sin poderla contemplar.

¡Mañana! Y en esta noche
Tan tenebrosa en que quedo,
Me acongojan y dan miedo
La noche y la soledad;
Doquier que vuelvo los ojos,
Doquier que tienda una mano,
Miro y toco el ser liviano
De la negra oscuridad.

Ciento que a mi lado vagan
Fantasmas que no conozco;
Veo luces que se apagan
Al intentarlas seguir;

Percibo voces medrosas
Que entre la niebla se pierden,
Sin saber lo que recuerden
Ni lo que intenten decir.

Siento herirme la mejilla
Un soplo vago y errante,
Como un suspiro distante
De alguien que pasa por mí.

Tiemblo entonces, temo y dudo;
Mis años y mis momentos
Me tienen mis pensamientos
En estrecha cuenta allí.

¿Qué negro sueño es aquéste,
Qué delirio el que padezco?
Esta sombra que aborrezco,
¿Cuándo pasa? ¿Adónde va?

La siento sobre mi frente
Que en masa gigante rueda,
Y siempre sobre mí queda,
Siempre ante mi vista está.

En la sombra, me dijeron,
Se delira y se descansa,
El pesar duerme y se amansa,
La aflicción toca en placer:

En la sombra estamos solos,
No nos oyen ni nos miran,
Todos los ecos conspiran
Nuestro mal a adormecer.

Mas yo aquí conmigo mismo,
Oigo y veo, toco y siento
A mi propio pensamiento
Y a mi propio corazón:


No estoy solo, no descanso,
Me oyen, me ven, no deliro.....
Y estos fantasmas que miro,
¿Qué me quieren? ¿Quiénes son?

Oigo el agua que murmura,
Siento el aura que se mueve,
Miro y toco, y sombra leve
Hallo sólo en derredor;

Busco afanoso, y no encuentro;
Pregunto, y no me responden:
¡Ay! ¿Dó están, y dó se esconden
Los consuelos del dolor?

No sé; que el cielo encapotan
Esas nubes cenicientas
Que se arrastran turbulentas
Por la atmósfera sutil;

No sé....; mas siento que todos
Los recuerdos de mi vida,
En tropa descolorida
Me asaltan de mil en mil.

No sé; porque ¡no es reposo
Este nocturno tormento
Que el escuadrón macilento
De mis recuerdos me da!

¡Tantas imágenes bellas
Que giran en mi memoria!
¡Tantas creencias de gloria
Que son ilusiones ya!

Flores marchitas del tiempo,
De olor exquisito y sumo,
Que pasaron como el humo,
Que no volverán jamás.....

Sol, tú has hundido tu frente
Tras la espalda de ese monte;
Mañana en el horizonte
Otra vez te elevarás.

Sol, ¡mañana más radiante,
En los brazos de la aurora
Tornará tu encantadora
Soberana esplendidez!

Sol, tú ruedas por los cielos;
Mas por el cielo que pueblas,
Yo tropiezas con las nieblas
De esta vaga lobreguez.

Sol, tú vuelves más sereno
De tu viaje cotidiano;
Sol, tú no esperas en vano
Que volverás desde allí.

Sí, tú volverás mañana;
Mas al, tocar en tu Oriente,
¿Sabes tú, sol refulgente,
Si mañana estaré aquí?

Mas vota en paz, ¡oh sol! baja tranquilo
Por ese rastro de esplendente grana:
Yo en esta roca buscará un asilo
Hasta que vuelvas otra vez mañana.

Me han dicho que en la noche silenciosa
Los espíritus vagan en el viento,
Que flotan en la niebla misteriosa
Sílfides blancas de aromado aliento,

Que las aéreas sombras bien hadadas
De los que eran aquí nuestros amigos,
Vienen sobre las brisas desatadas,
Del nocturno reposo a ser testigos.

Me han dicho que en los bosques apartados,
En las márgenes frescas de los ríos,
Por el agua y las hojas arrullados,
En torno de los árboles sombríos,
Danzan alegres, de su paz gozando,
Y a los que en vida, con afán querían,
Desde la turba de su alegre bando
Ilusiones dulcísimas envían.

Y dicen que esos son los halagüeños
Fantasmas que en la noche nos embriagan,
Esos los blancos y amorosos sueños
Que en nuestra mente adormecida vagan.

Tal vez será verdad; vendrán acaso
Nuestra vida a endulzar esas visiones,
Y de una estrella al resplandor escaso,
Entonarán sus mágicas canciones.

Sí; tal vez a sus madres amorosas
Colmarán de purísimos cariños
Las transparentes sombras vaporosas
De los risueños inocentes niños.

Tal vez venga el esposo enamorado
Al triste lecho de la esposa viuda
A darla en paz el beso regalado
Que en su labio agostó la muerte ruda.

Tal vez sean en voz esos suspiros
Con que la oscura soledad resuena,
Y en aliento esa brisa a cuyos giros
Mansa murmura la floresta amena

Tal vez será verdad; pero a mí ¡triste!
Que no me vela amante y cuidadosa
Esa sombra que a alguno en paz asiste,
Amigo, hermano, idolatrada esposa;

A mí, que no me cercan esos vagos
Benéficos fantasmas de la noche,
Que en las ondas se mecen de los lagos,
o de la flor en el cerrado broche;

A mí ¡triste de mí! no me acompañan
Esas sombras de amor, blancas y bellas,
Porque mi adusta soledad extrañan,
Porque yo velo mientras vagan ellas.

Yo no tengo una madre ni un amigo
Que deje los alcázares del cielo,
Y en nocturna visión venga conmigo
A prestarme en mi afán calma o consuelo

Yo, a quien los suyos ofendidos lloran,
A quien no deben más que su amargura,
Recelo de los mismos que ¡no adoran,
Temo el misterio de la sombra oscura.

No hallo en ella ni sílfides, ni magas,
Que en esas solitarias ilusiones
Sólo siento en redor torvas y vagas
Las memorias de hiel de mis pasiones.

No quiero sombra. ¡Oh noche, te aborrezco!
Odio la luz de tu tranquila luna,
Ante tus bellas sombras me estremezco,
Porque no tienes para mí ninguna.

Yo espero al sol; baja refulgente,
Revestido de pompa soberana;
Yo espero al sol, que por el, rojo Oriente
Vuelve a nacer espléndido mañana.

Yo amo la luz, y el cielo, y los colores,
Detesto las tinieblas, amo el día;
Todas en él las auras son olores,
Todos en él los ruidos armonía.

Entonces reverbera el manso río,
Abren su cáliz rosas y azucenas,
Y las lágrimas puras del rocío
Bordan sus hojas, de perfume llenas.

Yo espero al sol; entonces se levanta
La tierra a saludarle perezosa,
Y el ruiseñor entre los olmos canta,
Y llena blando son la selva umbrosa.

Yo espero al sol, porque su luz gigante
Me deslumbra y embriaga y enloquece,
Y al seguirla en su curso rutilante,
Mi pesar en el pecho se adormece.
Sol..., ¡inmortal y espléndido viajero!
Yo como tú me perderé sin tino,
Iré, desconocido pasajero,
Sin término vagando y sin camino.

Ya bramen los revueltos temporales,
Ya murmuren las brisas perfumadas,
Ya cruce por desiertos arenales,
Ya me pierda en florestas encantadas;

En los mullidos lechos de un serrallo,
En la triste mansión de una mazmorra,
Altivo triunfador, servil vasallo,
Negra fortuna o liberal me acorra,

Te buscaré a través de las cadenas,
Bajo los ostentosos pabellones,
Del río por las márgenes amenas
Y a través de los rotos murallones.

Yo buscaré tu lumbre soberana
Del mar tras los cristales movedizos,
Y soñando a los pies de una sultana,
En la espiral de sus flotantes rizos.

Y tal vez de un proscrito los cantares
Desde unas costas lúgubres y solas,
Lleguen, cruzando los inmensos mares,
A sus queridas playas españolas.

¡Feliz entonces si al fin pasados
Mis locos, criminales extravíos,
De mis fúnebres cánticos tocados,
Les merezco una lágrima a los míos!

Conjuraré a los céfiros ligeros
De aquellas selvas a la mar vecinas,
Y a los rápidos bandos pasajeros
De las sueltas y pardas golondrinas.

Que ingrato a cuanto amé, solo y perdido,
Un verdugo alimento en mi memoria;
Y para hundirla entera en el olvido,
Loco deliro un porvenir de gloria.

Gloria o sepulcro ¡oh, sol! busco anhelante;
Gloria o tumba tendrá mi audacia insana.
Si buscas mi destino, ¡oh sol radiante!
Yo estaré aquí; levántate mañana.









jueves, 9 de julio de 2015

NOS TRAE LA CALMA

Así, como las nubes, se mueven con el viento;
los poetas lo hacen, al escribir sus poemas.
Ellas, forman bellas figuras como de cuento;
y los cantos de él, trinan, sonoros fonemas.
Se mueven moldeando esculturas de risos,
y al cantar el juglar, lo embellece con sus visos.

Son hipérboles impresionando los sentidos;
mientras los cánticos, regodean con metáforas.
Y los risos se hieren con colores llovidos
y el tarareo suena, con hilos de catáforas.
Se sienten quimeras en profundidad del alma,
y el poema en plenitud, nos trae la calma.


8 de julio de 2015 

sábado, 20 de junio de 2015

A ESCALAR

Deambulando voy con la Humanidad
Observando Los Pasos de la desidia,
Que encuban en las gentes la perfidia,
indicadora de su alacridad  .

Imitando voy con la Humanidad,
¿Cuantas Veces aceptando el remedo:
Del vicio, la Corrupción y el enredo,
Parr Ahí Hallar, la acerbidad?

Me equivoco con la Humanidad,
Pensar Encontrar en El Vicio el cielo;
pues mi alma no Goza de lo terreno

Sino, del etéreo abrevar
Que guardián y acogedor con celo,
el alma a la luz va ... A escalar.

31 de Mayo de 1989 y el 23 de junio de 2014




sábado, 6 de junio de 2015

ALPHONSE DE LAMARTINE

Nace el 21 de octubre de 1790 en Mazon Francia y fallece el 28 de febrero de 1869 en Paris, a la edad de 79 años. De su madre heredó la piedad y de su padre la disciplina, por ser éste, un militar de carrera. Era de familia dela pequeña nobleza provinciana. Su infancia fue libre y solitaria. Se esposó, en 1820, con Mary Ann Elisa Birch, descendencia inglesa, de los cuales hubo dos hijos: Julia y Alphonse.

Cortesano, poeta, diplomático, tribuno, historiador, publicista, pensador, noble y hermoso. Su defensa de la Restauración Borbónica en 1814, lo catapultó en la carrera diplomática Fue secretario de la Embajada francesa en Nápoles desde 1825 hasta 1828; en 1829 fue elegido miembro de la Academia Francesa; diputado en 1833 y 1839; ocupó el cargo de gobernador durante la revolución francesa desde el 24 de febrero al 11 de mayo de 1848, fue ministro de asuntos exteriores a la caída de Luis Felipe de Orleans; como político, en la segunda república francesa, luchó por la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte, fomentó derecho al trabajo y programas cortos de capacitación laboral. Apoyó la democracia y el pacifismo, su postura moderada originó el abandono de sus seguidores. Al fracasar en la elección presidencial del 10 de diciembre de 1848, se retira de la política y se dedicó a la literatura en donde avanzó al ápice de la gloria por la composición de sus versos y sus excepcionales representaciones de la naturaleza.

Como poeta:
1820, escribe Meditaciones poéticas.
1823, nuevas meditaciones poéticas.
1830, Armonías poéticas y religiosas.
1836, Jocelyn.
1838, La caída de un ángel.
1839, Los recogimientos.

Como historiador:
Historia de los Girondinos.

Como narrador:
1848, Raphäel.
1852, Graziella. Narra sus vivencias personales. Llevada al cine.

Se dice que es de la escuela romántica, porque perteneció al Salón Literario de 1837, donde habían muchos escritores de este género, entre de los que se destaca Esteban Echavarría.

De sus poemas se destaca Le Lac (El Lago), que describe el amor compartido de una pareja desde el punto de vista del hombre desconsolado. Su periplo de vida lo llevó a la ruindad. Fue influente de Verlaine y los simbolistas.

Frases del poeta:
A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.
Después de la propia sangre, lo mejor que el hombre puede dar de sí mismo es una lágrima.
Un solo ser nos falta y todo está despoblado.
La casualidad nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiera ocurrido pedir.
El pasado y el porvenir, esas dos mitades de la vida, una de las cuales dice jamás, y la otra siempre.
Las democracias observan más cuidadosamente las manos que las mentes de quienes gobiernan.
La crítica es la fuerza del impotente.
La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es progreso.
Sólo el egoísmo y el odio tienen patria. ¡La fraternidad no la tiene!
Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el matrimonio tiene que derivar en drama.

Del blog de Graciela Mejía González, pude extraer este bello pensamiento:
“Todo hombre que ha sentido, pensado y escrito mucho, si Dios le deja tiempo suficiente, coordinar, corregir, limar y perfeccionar sus obras, para dejar en pos de sí una huella más auténtica y más irreprochable de su paso por el mundo”.

Y de ese mismo blog un apunte realizado en enero de 1861 en Paris, por Anel Karl:
 “El genio es una cruz para los que saben llevarla con valor y resignación hasta la cima de la montaña, se convierte en el árbol sagrado de la gloria, a cuya sombra se duerme el sueño de la inmortalidad”.

Del poeta solamente queda decir, que su existencia fue fecunda y venturosa, pero su vejez, triste y abandonada. En Lamartine se trasluce el dolor como el fondo de la vida.

Poemas: Aislamiento; El lago; El Otoño; El Valle; Meditación sobre los muertos; Milly o la tierra Natal; Tristeza; Vieja Canción Inglesa, etc.

Traducción: Ismael Enrique Arciniega:
Observación del blog cantico primaveral: Las traducciones, pues hay que respetarlas, pero no quiere decir eso, que se esté de acuerdo. La traducción de un poema debe hacerse tratando de conservar la forma como fue escrito en su idioma original, pero matizándole al nuevo idioma. Estos versos están sueltos y no enseñan lo que el poeta quiso decir en su idioma. Si no tengo razón, presento excusas con antelación, pero también solicito que se me corrija si es diferente a lo que digo.

El lago

Así siempre empujados hacia nuevas orillas,
en la noche sin fin que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos
echar ancla algún día?

Lago, apenas el año ya concluye su curso
y muy cerca del agua donde yo le di cita,
mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra
donde ayer se sentaba.

Tú bramabas así bajo estas mismas rocas,
te rompías con furia en su herido costado;
así el viento arrojaba tus oleajes de espuma
a sus pies adorados.

Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba
entre el agua y los cielos a lo lejos se oían
solamente el rumor de los remos golpeando
tu armonioso cristal.

De repente una música que ignoraba la tierra
despertó de la orilla encantada los ecos;
prestó oídos el agua y la voz tan amada
pronunció estas palabras:

«Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias
interrumpan su curso.
¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
de este día tan bello!

Todos los desdichados aquí abajo os imploran:
sed para ellos muy raudas.
Con los días quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.

Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye.
A esta noche repito: "Sé más lenta", y la aurora
ya disipa la noche.

¡Oh, sí, amémonos, pues, y gocemos del tiempo
fugitivo, de prisa!
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo,
fluye mientras pasamos.»

Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas
en que amor nos ofrece sin medida la dicha
de nosotros se alejen con la misma presteza
que los días de llanto?

¿No podremos jamás conservar ni su huella?
¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos?
Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado,
¿no lo va a devolver?

 
Milly o la tierra natal

¿Por qué, pues, pronunciar ese nombre de patria?
En su exilio brillante se estremece mi pecho
y resuena de lejos en el alma afligida
como lo hacen los pasos o la voz de un amigo.

¡Oh montañas veladas por la niebla de otoño,
valles que entapizaban las escarchas del alba,
sauces cuya corona deshojaba la poda,
viejas torres doradas por el sol de la tarde,

muros negros del tiempo, lomas, cuestas abruptas,
manantial donde van a beber los pastores,
gota a gota esperando aguas raras y límpidas,
con sus urnas dispuestas mientras hablan del día!

Choza que hace brillar el fulgor de la lumbre
y que amaba el viajero por humear a lo lejos,
sólo objetos, ¿o acaso tenéis alma también
que se pega a nuestra alma y a la fuerza de amar?

Yo vi cielos azules cuya noche es sin brumas,
toda de oro hasta el alba bajo un brillo de estrellas
que en su curva infinita redondeaban la cúpula
de cristal que jamás ha empañado algún viento.

Y vi montes cargados de limones y olivas
reflejar en las aguas sus inquietos perfiles;
y en sus valles profundos al impulso del céfiro
balancearse la espiga y la cepa madura;

en los mares que apenas son un leve murmullo
vi del agua luciente la ondulante cintura
apretando y soltando en sus pliegues azules
de sus riscos mellados los contornos inciertos

extenderse en el golfo como mantos de luz,
y blanqueando el escollo con sus flores de espuma
llevar hasta lo lejos de un poniente rojizo
islas» que eran el lecho como de oro del sol;

allí abriéndose a mí me mostraban sin límite
todo un mar infinito donde habita el misterio;
vi las cumbres altivas, cual del aire pirámides,
donde estío fundía el abrigo invernal,

descendiendo en peldaños hasta el fondo de valles
con laderas pobladas por aldeas y frondas,
con picachos y rocas que se yerguen, bajando
en pendientes de hierba para huir deslizándose,

mientras curvas humeantes, con un ruido de trueno
sus torrentes de espuma y sus ríos en polvo,
en sus flancos que son ya de luz ya de sombra,
con oleadas oscuras y con islas radiantes,

se ven valles profundos caros al soñador,
ascendiendo, bajando y ascendiendo otra vez,
y allí desde la raíz de sus amplias murallas,
entre abetos y robles por la tierra esparcidos,

en los lagos o espejos que a su sombra dormitan
dar sus verdes reflejos o su imagen oscura,
y en el tibio azul claro de estas límpidas aguas
ser la nieve un temblor y algo fluido los cerros.

Visité esas orillas y ese albergue divino
que la sombra del vate eligió como tumba,
esos campos que pudo la Sibila-" mostrarle,
y el Elíseo y Cumas; y a pesar de todo eso
no está allí el corazón...

Pero existe también una estéril montaña
que no tiene ni bosques ni hontanares, con una
cumbre humilde minada por la acción de los años,
que por su propio peso día a día se inclina

y que pierde su tierra derramada en barrancos
conservando un boj seco de raíz descarnada,
con roquedos a punto de caer si los pisa
con su pata ligera algún chivo nervioso.

Con el tiempo esos restos al caer han formado
como un cerro que mengua y que va escalonándose
hasta muros que sirven de pared protectora
a unos campos avaros que ha regado el sudor;

unas cepas con brazos que no encuentran sus arces
por la tierra serpean o en la arena se arrastran,
y hay zarzales en donde el zagal de la aldea
coge un fruto olvidado que disputa a los pájaros;

allí ovejas escuálidas de las chozas vecinas
ramonean dejando entre espinos su lana.
Lugar donde la música de las aguas de estío
o el temblor del follaje que sacuden las brisas

o los himnos que entrega el ruiseñor a los aires,
no conmueven el pecho ni el oído seducen,
sino que bajo un cielo que es de bronce perpetuo
la cigarra ensordece con su grito escondido.

Hay en estos desiertos una rústica casa
que recibe tan sólo de este monte la sombra,
con paredes golpeadas por la lluvia y los vientos,
con los musgos antiguos ocultando su edad.

En su umbral pueden verse tres peldaños de piedra
y allí puso el azar de una yedra las raíces
que mezclando cien veces sus enredos de nudos
con sus brazos esconde las injurias del tiempo,

y curvando en un arco sus volutas agrestes
es el único adorno de aquel rústico porche.
Un jardín que desciende por el flanco de un cerro
muestra cara al poniente un sediento arenal.

No sujeta, la piedra que el invierno ha tiznado
es el triste jalón del recinto minúsculo.
Esa tierra que hieren las azadas exhibe
sus entrañas desnudas de la hierba y la sombra;

ni esmaltadas alfombras ni el verdor hecho bóveda,
ni un arroyo en los bosques, ni frescor ni murmullo;
solamente seis tilos que el arado olvidó,
con un poco de hierba extendida a sus pies

dan en tiempo de otoño sombra tibia y escasa,
que es más grata a la frente bajo un cielo tan duro;
árboles que en sus frondas, en mi infancia feliz,
albergaron los sueños más hermosos que tuve.

En aquellos lugares que suspiran por agua
hay un pozo en la roca que el frescor nos esconde,
y allí el viejo, después, de muy largos esfuerzos,
mientras gime descansa su urna sobre el brocal;

la era donde el mayal sobre tierra pisada
bate rítmicamente las dispersas gavillas,
y la blanca paloma y el humilde gorrión
se disputan la espiga que el rastrillo olvidó;

y esparcidas por tierra, herramientas del campo,
yugos rotos y carros que duermen bajo porches,
ejes ya sin los rayos que quebró la rodada,
y la reja inservible que embotaron los surcos.

Nada alivia la vista de su estéril prisión,
ni las cúpulas áureas de soberbias ciudades,
ni la senda de polvo, ni a lo lejos un no,
ni los blancos tejados a la luz de la aurora.

Solamente esparcidos de distancia en distancia
los refugios agrestes que los pobres habitan,
junto a sendas estrechas que dispuso el desorden,
con tejados de bálago y paredes ahumadas,

se ven donde el anciano que se sienta a la puerta,
en su cuna de juncos duerme al niño que llora.
¡Una tierra sin sombra, sin colores los cielos,
unos valles sin agua! ¡Y allí está el corazón!

Éstos son los lugares, los sagrados parajes
de los cuales el alma rememora la imagen,
y que forjan de noche mis ensueños más bellos
hechizando los ojos con antiguas visiones.

Allí cada momento, cada aspecto del monte,
cada ruido que se alza por la noche en los campos,
cada mes que retorna como un paso del tiempo,
y hace verdes o mustia esos bosques y prados,

y la luna que mengua o que crece en la sombra,
y la estrella que asciende por la oscura colina,
los rebaños del monte que la escarcha ha expulsado
y que vuelven al valle con su andar vacilante,

viento, espino florido, hierba verde o marchita,
y la reja en el surco y en los prados el agua,
todo me habla una lengua que resuena aquí dentro,
con palabras que entienden los sentidos y el alma:

resonancias, perfumes, tempestades y rayos,
y peñascos, torrentes, y esas dulces imágenes
y esos viejos recuerdos que en nosotros dormitan,
que un lugar nos conservan y devuelven más dulce.

Allí está el corazón que se vuelve a encontrar;
todo allí me recuerda, me conoce y me ama.
Allí abundan amigos en todo este horizonte,
en cada árbol releo una historia pasada

y también cada piedra tiene un nombre que es suyo;
«¿qué más da que este nombre, como Palmira o Tebas,»
no recuerde los fastos de un imperio grandioso
ni la sangre vertida a la voz de un tirano

o esos grandes que el hombre llama azotes de Dios?
El lugar cuya trama nos cautiva la mente,
que aún rebosa de fastos que no olvida nuestra alma,
me parece tan grande como el campo glorioso

que fue cuna o sepulcro de un imperio inseguro.
¡Nada es vil! ¡Nada es grande! Todo el alma lo mide.
Al nombrar una choza puede un pecho agitarse,
y sobre monumentos de los héroes y dioses
el pastor pasa y silba y desvía los ojos.

He aquí el banco rústico que servía a mi padre,
y la sala que oyó su voz fuerte y severa,
cuando aquí los pastores, en sus rejas sentados,
le contaban los surcos hechos en cada hora;

o tal vez palpitante de sus días de gloria
nos contaba la historia de los regios cadalsos;
y aún viviendo el combate en que había luchado,
al contarnos su vida la virtud enseñaba.

Y el vacío lugar en que siempre mi madre,
al suspiro más leve de su casa salía
para hacernos llevar o la lana o el pan,
y vestir la indigencia o dar vida al hambriento;

y aquí están las cabañas donde su mano amante
las heridas curaba con aceite y con miel,
y muy cerca del lecho del anciano expirante
no dejaba de abrir ese libro que da

todavía esperanza al que deja la vida,
recogiendo suspiros que eran casi estertores
y llevando hacia Dios su postrera ansiedad,
y cogiendo la mano del menor de nosotros,

a la viuda y al niño, de rodillas ante ella,
les decía enjugando de sus ojos las lágrimas:
«Os doy un poco de oro, devolvedlo en plegarias.»
Y el umbral a la sombra donde nos acunaba,

y la rama de higuera que curvaba su mano,
y el estrecho sendero que cuando las campanas
en el templo lejano atronaban el alba,
tras sus pasos subíamos al altar del Señor

con el fin de ofrecerle dos inciensos muy puros
que eran nuestra inocencia junto con nuestra dicha.
Y su voz aquí misma, muy piadosa y solemne,
nos hablaba de un Dios que en la madre sentíamos,

señalando la espiga encerrada en su germen,
el racimo que daba su brebaje aromático,
la ternera" trocando plantas verdes en leche,
y la peña agrietada por manar de las fuentes,

y la lana de oveja que a las zarzas se roba
para así tapizar dulces nidos de pájaros,
y aquel sol siempre exacto en sus doce mansiones
repartiendo en su entorno estaciones y horas,

y esos astros nocturnos salvo a Dios incontables,
mundos que el pensamiento casi no osa escalar,
enseñaba la fe hija de agradecidos,
y hacía admirar a nuestra simple infancia

que el insecto invisible a los ojos y el astro
en los cielos tenían padre igual que nosotros.
Esos brezos y campos, esos prados y viñas
tienen muchos recuerdos y sus sombras amadas.

Aquí mismo jugaban mis hermanas, y el viento
las seguía jugando con sus rubios cabellos;
allí con los pastores en la cumbre del cerro
encendía fogatas con ramaje y espinos,

y mis ojos, pendientes de las llamas del fuego
las veían ondear horas y horas enteras.
Allí contra el furor del temible aquilón
este sauce vacío nos prestaba su tronco,

y yo oía silbar en su fronda ya muerta
brisas que aún rememora como música el alma.
Y aquí el álamo está, inclinado al abismo,
que en el tiempo de nidos nos mecía en su copa,

y el arroyo en los prados cuyas aguas dormidas
lentamente inundaban nuestras barcas de caña,
y la encina, la peña, el molino monótono,
y aquel muro que al sol, en los días de otoño,

me veía sentado, cerca de los ancianos,
contemplando el crepúsculo con atenta mirada.
Todo aún sigue en pie y en su sitio renace;
aún seguimos las huellas de mi andar por la arena;

sólo un corazón falta que lo pueda gozar.
¡Ay de mí! Que la luz disminuye y se pierde.
Como espigas en la era, dispersó la existencia
lejos de la paterna heredad a los hijos,

y a la madre también, y ese hogar tan amado
se parece a los nidos de los cuales ha huido
la veloz golondrina en los largos inviernos.
Ya la hierba que crece en las losas antiguas

borra en torno a los muros los senderos domésticos,
y la hiedra, flotando como un manto de luto,
cubre a medias la puerta y hasta invade el umbral.
Tal vez pronto... ¡Oh Dios mío, oh presagio funesto!,

tal vez pronto un extraño al que nadie conoce,
con el oro en la mano del lugar se hará dueño,
oh lugares que habitan, según nuestra memoria,
tantas sombras queridas, familiares, y entonces

todos nuestros recuerdos de las cunas y tumbas,
huirán a su voz igual que las palomas
echarán a volar de su nido en el árbol
de los bosques que el hacha abatió para siempre,

y que ya no sabrán donde van a posarse.
¡No permitas, Señor, tanto llanto y ofensa!
No toleres, Dios mío, que nuestra humilde herencia
pase de mano en mano a vil precio comprada,

como el techo de gentes que vivieron del vicio,
arruinados, o el campo que fue de unos proscritos.
Que un extraño avariento venga con paso altivo
y que pise el humilde surco que años atrás

fue también nuestra cuna sobre un campo de hierba,
a expoliar a los huérfanos, a contar sus monedas
donde sólo tenía la pobreza un tesoro,
blasfemando tu nombre aquí bajo estos pórticos

donde antaño mi madre enseñaba a la voz
de sus hijos los cánticos que exaltaban tu gloria.
Ah, prefiero cien veces que entregada a los vientos
penda roto el tejado sobre el muro decrépito;

que las flores mortuorias, los espinos, las malvas,
broten entre las ruinas de los atrios deshechos.
Que el lagarto dormido allí al sol se caliente,
que en las horas del sueño Filomela allí cante,

que el humilde gorrión y las fieles palomas
allí junten en paz bajo el ala a sus crías,
y que el ave del cielo tenga allí su nidada
donde antaño durmió la inocencia en su lecho.

Ah, si el número escrito por los altos destinos
alcanzara la edad de los blancos cabellos,
ojalá, feliz viejo, allí mengüen mis días
entre tales recuerdos de mis simples amores.

Y ojalá cuando sean los benditos tejados
y estos tristes escombros para mí solamente
todo un pueblo de sombras, ojalá pueda entonces
reencontrar en los nombres, en los mismos lugares,

tantos seres amados que los ojos no ven.
Y vosotros que acaso viviréis cuando yo
sea helada ceniza, si queréis dedicarme
algo grato al recuerdo, elevadme algún día...

Pero no, no elevéis nada que me recuerde;
sólo cerca del sitio donde duerme la humilde
esperanza de aquellos que llamamos cristianos,
en los campos cavadme ese lecho que quiero,

como el último surco donde va a germinar
otra vida. Extended sobre mí un lecho herboso
que el cordero del pueblo ramonee en primavera,
donde todos los pájaros que años ha mis hermanas

consiguieron que fueran del lugar habitantes,
aquí acudan a amar y también a cantar
en mis noches tranquilas. Y para señalar
mi lugar de reposo, que despeñen rodando

de las altas montañas un fragmento de roca;
sobre todo que no haya un cincel que lo talle
ni que borre ese musgo de los días antiguos
que oscurece su cara, y que al paso de inviernos,

incrustado en la piedra, dé en sus letras vivientes
una fecha a sus años; y que no haya ni cifras
ni mi nombre grabado en tal página agreste.
Ante la eternidad toda edad se confunde,

y Aquel que con su voz a los muertos despierta,
aunque falte mi nombre sé que no va a olvidarme.
Allí bajo mis cielos, al pie de las colinas
que cubrieron antaño con sus sombras mi cuna,

junto al suelo natal, junto al aire y al sol,
con un sueño muy leve esperaré el despertar.
Mi ceniza mezclada con la tierra que me ama
volverá a tener vida incluso antes que el alma,

será verde en los prados y color en las flores,
en las noches de estío beberá los perfumes
y los llantos del aire; y al llegar de aquel día
que no tiene crepúsculo la primera centella

que podrá despertarme a la aurora sin fin,
cuando se abran los ojos volveré a ver lugares
que en mi vida adoré y que vi tantas veces,
nuestra aldea y sus piedras con el fiel campanario,

la montaña y el cauce seco de este torrente,
y los campos resecos; y juntando ante mí
con la nueva mirada tantos seres queridos,
cuya sombra dormía aquí cerca entre escombros,

mis hermanas, un padre y una madre que es alma,
no dejando cenizas que conserve la tierra,
igual que el viajero desembarca y dirige
al navío miradas en las que hay gratitud,

nuestras voces dirán al unísono entonces
a todo este lugar que rebosa delicias
nuestro único adiós ya sin mezcla de lágrimas.

sábado, 30 de mayo de 2015

EXTASIARME

¡Bendito Dios! Como me has puesto sobre la tierra.
Un ser sagrado a tu semejanza me has dotado
y Tu espíritu a mi alma a circundado,
haciéndome sentir caricias como de brisa tierna.

Me instas a transcender las creencias que he adoptado,
para orientar en introspección al yo interno.
Guías mi vida, como la madre al niño, con amor sereno,
haciéndome sentir, de la Conciencia Superior, embelesado.

Para alcanzarte ¡oh Dios mío!, Señor del cielo y de la tierra,
debo purgar mi ego cascándole en la piedra de la vida,
haciendo germinar el yo sublime para irradiar conciencia
 
y transmitirla a todos los habitantes del planeta.
Es la forma sutil como deseas, ¡Padre Dios! arrobarme,
para que en oración pueda yo, de tu bondad, extasiarme.


26 de Noviembre de 2001 

SENDEROS PRIMAVERALES

  Fuente Escondida Iba recorriendo senderos primaverales una tarde florida… Cuando en una fuente escondida hallé, en ensortijados de e...